Quién pudiera tejer delirios de hielo,
congelarlos en el pecho
y espantar las espinas
como si de margaritas se tratara.
Quién pudiera apagar el fuego
que se extiende por las venas
cuando desfallecen los bastones
que aportaban hombro y abrazo.
Quién pudiera.
Quién pudiera,
si de barrancos se tratara,
caminar por las cuerdas
sin tentativas de puenting
-tirarse está de moda,
caminar es de cobardes-.
Quién pudiera
haber sido cobarde,
joder,
quién pudiera.
Quién pudiera soltar los lastres
que las garras de otros
cosieron a nuestras alas,
alas que no son más que guadañas
ancladas a un suelo
que nos amarra.
Quién pudiera.
Quizás tú, valiente y altivo,
egoísta y ambicioso,
arrancaras el ancla,
desenvainaras el vuelo.
Quizás tú, sí, tú.
Pero al alzar tu vuelo
me has saltado un ojo,
me sangra el cuello.
Quién pudiera ser cobarde
si del dolor de esta herida
se desprendiera.
Quién pudiera.