Hace un tiempo
que algo despertó en nosotras.
Desde entonces,
tonos morados lo han tiznado todo:
rostros y palabras,
sangre y entrañas.
Nos han crecido las raíces
y ahora somos zorras orgullosas
con colas de Medusa
y piernas de lamia.
Nos han crecido las raíces,
algunas, incluso,
han dejado de ir hacia abajo
y se han entrelazado
con las de nuestros costados.
Forman un jardín de hespérides.
Y, aún así,
me chirría el crepitar
de esta ola que algunos tratan de domar
—como si pudieran—.
Nos han crecido las raíces.
Pero nos hemos enquistado
en la negación de este espacio
a mujeres que nacieron con huevos,
y en la destrucción de puentes
entre debates que hoy nos queman.
Duelen.
Nos hemos hecho virales, globales.
Somos una ola ígnea
que ya lo impregna todo.
Y, sin embargo, hemos confundido
la promiscuidad con la empoderación,
el recuerdo de unas por el olvido de otras,
el poder masculino con lo debido.
Nos han crecido las raíces,
pero aún nos quedan cortas.
Sin embargo,
riégate,
mójate los trazos
y sorbe el zumo de las ciruelas.
Nosotras no nos rendimos
porque, algún día, nacerá Gea.