sábado, 22 de octubre de 2016

Mi paracaídas kamikaze


No sé lo qué es la poesía contemporánea.
Perdonadme por esta confesión, 
pero no sabría definirla 
ni clasificarla.

Lo mismo me pasa con la generación del 27 
y con la distinción de los sonetos.
No he leído a muchos grandes, 
aunque sé que debería hacerlo,
ni entiendo a otros,
esos llamados genios. 

No entiendo a Whitman
ni a Bukowski; 
no he leído a Miguel Hernández 
ni a Machado
y, de Neruda, 
demasiado poco.
Lo que aprendí en la escuela 
olvidado queda;
de lo que he ido descubriendo, 
solo me acuerdo de algunos poemas.

Pero aún así,
os pido disculpas de nuevo,
me atrevo a hablaros de poesía.
Pero aún así, 
escribo, 
sin utilizar figuras
para después averiguar 
que ahí estaban,
que siempre han estado.

Pero, aún así, 
escribo,
sin conciencia ni apariencia,
escribo 
mecida por las olas de tinta
que surgen de este mar de trampas,
escribo porque sangro,
y sangro porque escribo.

Pero, aún así, 
escribo, escribo y escribo,
sin querer 
y sin acordarme de nada,
como una noche desfasada.

Pero aún así, 
escribo,
de cosas sinsentido,
de la mierda y del amor,
de la herida del espejo.

Y, a veces, rimo, 
de repente,
como una persona del barrio 
que te encuentras 
en otra ciudad de vacaciones,
creo que eso es una metáfora
y aquello una paradoja
y lo del viernes una exageración.

No sé lo qué es la poesía contemporánea,
pero sí conozco las hostias contemporáneas
que me dan sus recitales
de despertadores sin alarmas.

No sé lo qué es la poesía contemporánea,
pero quiero formar parte de ella.

No sé lo qué es,
pero todos los días 
que se cruza en mi rutina,
me salva y me mata,
me besa y me rompe,
me folla y me deja.

Estoy enamorada de ella,
de sus gafas 
(porque seguro que lleva gafas)
que me enseñan que la realidad 
estaba totalmente distorsionada.

Estoy enamorada de su garganta,
y de la forma en la que grita en susurros
que ya está bien de tanta mierda;
de su boca, 
que por fin suelta tacos
sin miedo a ser una maleducada.

Estoy enamorada de sus pies descalzos,
que pisan los cristales sangrando
y caminan por todo el mundo,
huyendo del ganado, 
corriendo despacito, 
dando patadas en el culo 
a quienes se dan la vuelta 
para lanzarle algún piropo.

Joder, qué loca me tienes,
tan revolucionaria,
tan guapa.
No quiero decirte "te quiero"
porque eso se me quedaría a la altura
de una quimera con paracaídas,
de un sueño sin heridas.

No sé lo qué es la poesía contemporánea,
pero estoy segura,
aunque el machismo abunde en cada esquina,
de que es una mujer
con la espalda partida de trabajar 
hasta tan tarde,
con las manos callosas de coser vidas ajenas,
con la paciencia de mi madre,
con la rebeldía de las mujeres 
de la generación del 27.

No estoy segura de cuándo llegaste aquí,
pero, desde que lo hiciste,
no soy capaz de soltarte.

viernes, 7 de octubre de 2016

El ángel de una atea

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Son esas gafas adheridas a tu cara,
como formando parte de ella
-y en realidad son parte de ella-.

Es esa sonrisa que te sale,
cuando papá y yo nos enfadamos por tonterías.
Es esa paciencia que a veces se te clava,
como volviéndose en tu contra.

Son esas manos que saben de todo,
esa manía de consentirme demasiado.
Esas quejas que tanto derecho tienes a gritar 
-más que ninguno-.

Son esos ojos escondidos de algunas arrugas,
las que ocultan tanta vida derramada por tus pupilas.
Son esas arrugas alrededor de tus labios,
erosionados de las muecas de tu boca
-ya fuera risa o llanto-.

Es esa cabeza tan poblada de cabello,
como queriendo ocultar todas las historias
que habitan sus entrañas
esa cabeza que rebosa de ingenio.
Es esa lengua que siempre tiene una respuesta,
aunque a veces no sea la correcta.

Son esas piernas tan curtidas de experiencia,
funambulista caminando por el filo de una navaja,
desembocando en el barro unas veces, 
en el cielo otras. 

Es ese amor que se te sale 
por cada uno de los costados,
esa nostalgia que te llena de culebras,
esos recuerdos que te traen de vuelta.

Es esa amistad 
a la que cada día nos acercamos más.

Es por todo eso, mamá,
que yo no creo en ángeles ni demonios, 
pero creo e tus brazos
y me aferro a ellos.

sábado, 1 de octubre de 2016

Fin del poema


En este preciso momento haría el poema más feo de toda la historia de la poesía -y mira que es larga. Lo llenaría de palabras malsonantes, de sapos y culebras. Me llamaríais maleducada, chabacana y palabras varias que no terminarían -se supone- por dejarme en muy buen lugar. Pero, como intento ser poeta fina y no quiero que nadie me tache de grosera, intentaré que las palabras malsonantes, feas y sinceras se queden al otro lado de la pluma.

Porque soy una dama, correcta y educada, y ni quiero defraudaros a vosotros ni a la educación que se me ha brindado. Porque las mujeres somos señoritas que hablan correctamente y yo no voy ni quiero ser menos -no, por dios. Ni que la alta aristocracia se piense que nací para decir las cosas que se me vienen a la cabeza cuando alguien me trata como a un trapo. Porque yo no me pongo al nivel de ninguna verdulera y me trago todos mis venenos antes de permitiros la satisfacción de verme descontrolada.

Porque soy educada, educadíííísima, fina y refinada.

Dicho todo esto y ahora que están todas las cosas claras:

ERES UN GRANDÍSIMO GILIPOLLAS.