lunes, 30 de octubre de 2017

Bu


Ven.

Déjalo todo y abre mi puerta como si nunca hubieras podido abrirla, como si lo que encontraras fuera misterio.

Olvidémoslo juntos. Olvidémosles juntos.

Bébeme como si fuera el whisky que te quita todos los recuerdos, un mal trago para olvidar todos los anteriores. Con mucha, muchísima resaca. Fúmame como si recuperaras el sabor de una adicción que nunca quisiste superar.

Joder, ven. Dime al oído que todo fue una pesadilla. 

O mejor no me digas nada.

Dime ayy, ohh, dios mío, sigue.

Cierra la puerta, no dejes pasar a nadie más sin preguntar primero. Pero ábreme, sin esperar respuestas.

¿Sabes qué? No esperes que llame.

Joder, ven. Dime que nunca te fuiste, que yo no fui la que bajó esas escaleras que ya no recuerdan mis pasos. 

No sé. Es todo tan extraño, del verbo echar de menos.

Te estoy escribiendo, cabrón, porque a veces de la herida brotan letras y en mis ojos ya no anida el mar cuando me acuerdo del tuyo.

Quizás solo sea un error de cálculo, esta historia de seguir recurriendo a tu recuerdo cuando siento que llueve aquí dentro. 

¿No te gusta?

Eres un motivo sobre el que descargar mi melancolía. Un déjà vu, como de algo que vivimos, cuyo cadáver deja tal hedor a muerto que las flores se agachan cuando nos ven pasar en sueños.

Me da tanta pena no llorarte mientras me desangro que caigo en la cuenta: eres mi puto fantasma.

Solo te pido una cosa, por los viejos tiempos: no me asustes.

sábado, 21 de octubre de 2017

Otoño tardío


[De mi último viaje en autobús a Murcia y, ahora, volver a sentir lo mismo sin vistas de salida].

Las hojas han llegado tarde a tocar el suelo en el que me retuerzo más de lo que debo. Mi tardanza es la de un niño de diez años, esperando siempre a que su madre le de el aliento necesario para levantarse. Hace un tiempo, del que no recuerdo el momento exacto, mis hojas también tardías retornaron sus colores hacia uno sin nombre. Y aquí me hallo, taciturna incolora sonriendo a cuentakilómetros. En mis pies, solo encuentro las derrotas; en mis excusas, solo veo paja; y en mi droga, si he perdido la adicción, ya no encuentro nada. 

La mala suerte apenas se me ha quedado en un comodín para hablarle de mí a la gente que no quiere entrar, ni yo le invito a pasar. Los principios se le quedan holgados a mi anorexia mental. A rastras llevo la ciudad que quiero y que no me deja respirar. Apenas puedo moverme sin gritar. La poesía ya se está cansando de esperarme en el bar y los artículos de urgencia me hacen tragar el semen para el que yo nunca abrí la boca. 

Me asfixio, Madrid.