domingo, 24 de febrero de 2019

Apátrida



Fuera de lugar.
Por eso, 
nada encaja.
Por eso, 
unas veces, 
todo duele.
Por eso, 
otras, 
nada siento.

Madrid se corre del bullicio que esta noche
-y seguramente, todas las demás-
inunda sus calles. 
Las bocas de metro 
son abrazo, 
las avenidas, 
juego,
los semáforos, 
beso.
Los bares 
son refugio,
corazón madrileño.
Aunque a mí me escupen 
los que me interesan,
los que deseo. 

Siento que me abraza 
lo que menos quiero. 
Creo que me muero
cada vez que siento
que no conozco de dónde vengo
-no más que a otras
donde estuve de pasajera-.

Madrid, 
qué imposible llegar a tus entrañas,
qué lejanos tus versos,
qué veneno nuestro amor, 
tan ajeno.

Tus puertas 
están entreabiertas.
Tus ventanas, 
casi siempre cerradas,
como esta noche que nada alumbra. 
Como el portal 
que lleva a la relación hija y padre,
los umbrales de las puertas
que dan a la amiga más antigua,
lejos de entrar,
te ahogas en el resquicio que queda
entre su interior y lo de fuera. 

[Al menos 
ahora conozco 
la causa de esta herida].

Fuera de lugar.
Todo el tiempo.
A todas horas.
Despojada de cosas 
que nunca he tenido,
porque no me han sido arrebatadas.
Como una mujer caminando
entre la indiferencia 
de un mundo que anhela.
La letra descarriada 
de un verso perfecto.

Así me siento.