jueves, 25 de agosto de 2016

Florecer



Despierta,
corre inquieta la niña de las cavernas,
encadenada a mis raíces más profundas,
flotando en la sangre más oscura de mis venas.

No se da cuenta
de que por mucho que la piel envejezca
sus marcas,
manchas de nacimiento
color verde selva,
son parte de sus cien máscaras.

Ceniza prendida,
pantera negra,
adolescencia podrida.
Pero, aunque sigue ahí,
¿estoy madurando?
No.
Es solo piel muerta,
y, sin embargo, joder,
¡qué distinta me siento!
¿Qué coño ha pasado?

Si nunca me encuentro,
a lo mejor es
porque nunca estoy
en el mismo lugar.
Si siempre me pierdo
a lo mejor es
porque el bosque
nunca para de crecer.

Por suerte,
los caudales de los ríos
unos días están secos
y otros,
¡otros qué llenos!
Y las ideas,
esas semillas que fueron plantadas
por las garras de algún sucio canal de televisión,
crecen en diferentes direcciones,
han sido mutiladas y despedazadas
hasta tomar formas que no conozco,
pero que empiezo a creer como mías.

Y, mientras,
la pantera se esconde
entre las ramas de esta selva
que no para de crecer
esperando el momento menos oportuno
para morder.

A veces quisiera ser furtiva,
matarla antes de su ataque,
pero la dejo saltar
de vertebra en rama,
beber de mi estómago,
arañar mi paciencia,
porque ella soy yo,
y algún día
caminaremos por los mismos senderos.

El velo ha caído.
Que comience la función.
Que sigan brotando las ramas,
y suerte:
que no te encuentre el felino.

sábado, 6 de agosto de 2016

El monstruo de debajo de la cama


Hola, me llamo Sara, un nombre sencillo y común. ¿Cómo yo? A veces pienso que sí, otras no tanto... Tengo una edad desvergonzada para morir y un montón de deseos guardados en una caja de cartón en el estante de mi habitación. El caso es, que me desvío del tema, que la muerte me ha seguido los talones hasta el sitio exacto donde antes creía que alcanzaba a coger la caja.
No sé cómo ha ocurrido, pero hablamos de un acoso constante que pasó de las semanas a los meses y de los meses a los años. Y, ahora, estoy aquí postrada, sin religiones convincentes que me den la mano antes de cruzar una línea que no estoy segura de querer cruzar, pero hacia la que me precipito de manera ineludible. 

Este monstruo que estrecha su cerco sobre mi vida nunca me ha dado descanso, al menos no uno lo suficientemente largo como para que mis poros pudieran abrirse y mis pulmones pusieran respirar sin hiperventilaciones desaforadas. Despiadado e inquisitivo, golpe tras golpe, herida tras heridas. Moratones que jamás desaparecieron del todo, imaginación que nunca pudo frenar su instinto de galope. Corre desmesurada por montes, que son mas altos de lo que él me hace creer.

Se cierne la navaja sobre mi cuello.

Aquellos años intentando sonreír en el colegio, aquella carrera que intentaba alejarme de sus manos llenas de rencores que no cesaban de encenderse. Y un aire que se agota, un aire que asfixia. Porque tanto odio quema y todos lo acabaron notando. Que la felicidad no es sino una fingida utopía que nunca llegó a formar parte de mi vida. Siempre al acecho, una sombra gigantesca, vigilante de los míos y cada milímetro de mis errores.

La cuchilla corta la carne, se derrama la vida por los rincones.

Recuerdo lo bueno. Os estoy relatando cómo muero. Me acuerdo de los días con Sparky en el parque, de las pocas veces que el orgullo por lo que yo misma había conseguido consiguió ser sombra de tu sombra, de las noches con tus labios anclados a mi cuello...

Tengo miedo, 
no quiero, 
pero puedo.
Nunca pude llamar a la policía. 
Mamá, 
lo siento.
Nunca pude gritar 
lo suficientemente alto.
Ahora sé 
que debió de ser silencio.
El monstruo se muere, 
mi sangre se resbala.
Los dos o nada.
Llegó el día, 
te he vencido 
HIJO DE PUTA.
Me he vencido, 
llegó la hora.
Porque no se puede huir 
de lo que jamás te alcanza.
Me llamo Sara, 
y hoy ya 
jamás será mañana.