sábado, 6 de agosto de 2016

El monstruo de debajo de la cama


Hola, me llamo Sara, un nombre sencillo y común. ¿Cómo yo? A veces pienso que sí, otras no tanto... Tengo una edad desvergonzada para morir y un montón de deseos guardados en una caja de cartón en el estante de mi habitación. El caso es, que me desvío del tema, que la muerte me ha seguido los talones hasta el sitio exacto donde antes creía que alcanzaba a coger la caja.
No sé cómo ha ocurrido, pero hablamos de un acoso constante que pasó de las semanas a los meses y de los meses a los años. Y, ahora, estoy aquí postrada, sin religiones convincentes que me den la mano antes de cruzar una línea que no estoy segura de querer cruzar, pero hacia la que me precipito de manera ineludible. 

Este monstruo que estrecha su cerco sobre mi vida nunca me ha dado descanso, al menos no uno lo suficientemente largo como para que mis poros pudieran abrirse y mis pulmones pusieran respirar sin hiperventilaciones desaforadas. Despiadado e inquisitivo, golpe tras golpe, herida tras heridas. Moratones que jamás desaparecieron del todo, imaginación que nunca pudo frenar su instinto de galope. Corre desmesurada por montes, que son mas altos de lo que él me hace creer.

Se cierne la navaja sobre mi cuello.

Aquellos años intentando sonreír en el colegio, aquella carrera que intentaba alejarme de sus manos llenas de rencores que no cesaban de encenderse. Y un aire que se agota, un aire que asfixia. Porque tanto odio quema y todos lo acabaron notando. Que la felicidad no es sino una fingida utopía que nunca llegó a formar parte de mi vida. Siempre al acecho, una sombra gigantesca, vigilante de los míos y cada milímetro de mis errores.

La cuchilla corta la carne, se derrama la vida por los rincones.

Recuerdo lo bueno. Os estoy relatando cómo muero. Me acuerdo de los días con Sparky en el parque, de las pocas veces que el orgullo por lo que yo misma había conseguido consiguió ser sombra de tu sombra, de las noches con tus labios anclados a mi cuello...

Tengo miedo, 
no quiero, 
pero puedo.
Nunca pude llamar a la policía. 
Mamá, 
lo siento.
Nunca pude gritar 
lo suficientemente alto.
Ahora sé 
que debió de ser silencio.
El monstruo se muere, 
mi sangre se resbala.
Los dos o nada.
Llegó el día, 
te he vencido 
HIJO DE PUTA.
Me he vencido, 
llegó la hora.
Porque no se puede huir 
de lo que jamás te alcanza.
Me llamo Sara, 
y hoy ya 
jamás será mañana.