martes, 22 de enero de 2019

El descampado de las Bermudas

Quiero llorar. Quiero ser como una de esas mujeres a las que las lágrimas se le caen a chorretones mientras comen helado. Vamos, que quiero ser como era yo hace unos años. Solo un día, un rato, un par de horas. Quiero soltarlo todo. Pero ya no me acuerdo. Hace tiempo que se me olvidó. Por entonces un río de lava surcaba mis mejillas hasta que las cuencas de su origen se volvían rojas y el sueño se abalanzaba sobre ellas como un milagro. Al día siguiente mi cara no era más que el rastro de un incendio. 

Pero dónde quedan ahora todos esos sentimientos -centros del seísmo-. ¿Acaso los hay?

La habitación -tiene que ser aquella habitación- un día se quedó vacía. El mismo  motivo por el que mis lágrimas ya no han vuelto se llevó los muebles, arrancó la pintura de las paredes, demolió los cimientos... Aquella habitación vacía, en carne viva tanto tiempo, terminó reducida a las ruinas de un descampado. Hace tiempo que no paso por allí. Tanto, que he olvidado dónde estaba. Tercera costilla empezando por la derecha, justo en su inserción posterior con el esternón. No, ahí ya no está. Ventrículo izquierdo... No, no... Ahí tampoco. Hace tiempo que no veo aquel descampado.

Tú me pides más, pero yo ya no puedo darlo. Te he dejado pasar a todas mis estancias, todas las puertas te han sido abiertas. Pero tienes hambre, animal insaciable. Ya sé que tú incluso me dejas dormir en los centros contigo. Pero yo no puedo darte el descampado porque no lo he visto. Hace años que no lo veo. 

Y lamento que esto siga sin ser suficiente. 

viernes, 4 de enero de 2019

Normatividad


Mi barriga. Mi barriga no es plana. Es redonda. Un poquito. Yo sé que no estoy gorda. De verdad que lo sé. Hay muchos chicos que incluso han dicho que estoy buena. Y a mi novio le vuelvo loco. Lo sé porque no para de decírmelo y, bueno, por cómo se pone cada vez que me ve desnuda o cuando hacemos la cucharita. Ya me entendéis. No hace falta que lo explique. A mi exnovio, buah, a mi exnovio le encantaba mi culo. Se quedaba mudo cuando me veía en bragas. Y cuando estaba en TAFAD -un módulo superior de actividad física- me sentía la reina de Saba. Éramos tres chicas en una clase de unos 30 alumnos. Imaginad.

Una vez todos coreaban para que me quitara la camiseta. Si lo hacía me llevaría más puntos en un juego. Unas 20 personas gritaban porque querían que me quitara la camiseta. Y ¿sabéis que hice? Me la quité. No fue porque me apeteciera. No fue por diversión. No fue, desde luego, por ganar el juego. Me la quité porque 20 hombres me estaban prestando toda su atención. Me la quité porque me gustó que les gustara. Me la quité porque ellos me lo pidieron, nunca porque yo quisiera. 

No estoy gorda. Yo lo sé. No tengo derecho a sentirme mal por ello. Ni tampoco por ser demasiado delgada, porque no lo soy. De hecho creo que tengo la gran suerte, el enorme privilegio de ser normativa. Normatividad. Con esa palabra me describió un amigo una vez. Mis amigas estaban diciéndome que vaya cuerpo tenía. Y él respondió: "Normatividad". Como si pertenecer a esa clase de cuerpo también fuera algo despreciable. 

Sé que no estoy gorda, pero lo que me preocupa es que me asusta engordar. Me da pavor. Siento verdadero terror a que mi cuerpo cambie. Porque, aunque muchas veces no me guste, a fin de cuentas, es normativo. Encaja. Joder, ¡aún me cabe la ropa del Bershka! 

Pero, cuando me veo desnuda enfrente del espejo, no puedo dejar de ver los defectos. No podemos dejar de verlos. O quizás pudiera darle la vuelta a todo esto. Decir que cuando me miro al espejo no puedo dejar de ver los defectos que han cargado sobre mi cuerpo. Sobre los cuerpos de las mujeres. Sobre las mentes de las mujeres. Vemos sus defectos y los hacemos nuestros.

Y, al final, después de tanto feminismo y palabra reivindicativa, sigo teniendo miedo a engordar, a envejecer, a tener estrías, a dejarme pelos en las piernas, a que se me caigan las tetas, a que un tío más pesado que la gorda que temo ser deje de tirarme fichas en la discoteca... Tengo miedo a no gustar. Auténtico pavor a no encajar.

La violencia, señores, la violencia no solo viene de las violaciones, ni de los golpes, ni siquiera de los insultos. La violencia, señoros, viene desde que nosotras dejamos de ver nuestro cuerpo como un medio y lo convertirnos en meta. La violencia viene desde que no nos sentimos bien en el cascarón en el que crecemos, como si el cuerpo fuera un enemigo con el que convivir y, a veces, maltratar. 

No estoy gorda. Yo lo sé. Y ojalá, algún día, me de igual estarlo.