viernes, 29 de enero de 2016

Una vida de perros


Y un día, amiguito, nos sentaremos juntos a la sombra de un árbol de la sierra. Porque la nieve te produce demasiado frío y sé que el agua nunca fue tu mejor aliado.

Y me contarás cual es el secreto de tu jodida felicidad, porque siempre vienes con ella cosida a los zapatos que nunca has llevado. Creo que me hablarías de una vida sin calendarios, de un reloj estropeado y, seguramente, de un buen plato de bistec esperándote en algún lugar del planeta.

Y me reiré de ti porque... ¿Cómo voy a vivir sin saber lo que haré después? Entonces, absurda y pequeña a tu lado, amiguito, te preguntaré:

- ¿Cómo es que puedes vivir sin reloj?

Tú, por toda respuesta, te pondrás a dar saltos, a besarme por toda la cara, a revolcarte en la hierba...

Puede que entonces lo comprenda.

Luchando a mi lado contra mí para,
algún día,
sentarnos con las espadas envainadas
y dejar de luchar. 


El villano ha sido derrotado.

martes, 12 de enero de 2016

Tiempo de espera


Tres generaciones sentadas en una habitación: pelo blanco, pelo grisáceo, pelo castaño. El perro mirando atónito a todas partes, la muerte pasando de puntillas en las pupilas de sus ojos.

La habitación enmudece, sisea la parca, despacio, ellos como estatuas. La sienten.

Susurra la máquina, que separa el aire. Inspira y espira. Envidia de pulmones.

Se le apaga la vida al anciano, que ruge como los leones. 

Veo en sus parpados caídos y sus arrugas la victoria de los gladiadores, la fuerza de los tsunamis, la terquedad de las mulas. Una estrellas apagándose -ya sé que está manido el tópico de las estrellas, pero si le hubierais visto-.

El perro se levanta, se mueve a todas partes. Lo sabe.

La muerte se desliza entre los tres emparentados. Está esperando. Que se agote la batería de la máquina, que se esconda el oxígeno en el cielo. 

El anciano le sonríe: él también está impaciente.