martes, 22 de enero de 2019

El descampado de las Bermudas

Quiero llorar. Quiero ser como una de esas mujeres a las que las lágrimas se le caen a chorretones mientras comen helado. Vamos, que quiero ser como era yo hace unos años. Solo un día, un rato, un par de horas. Quiero soltarlo todo. Pero ya no me acuerdo. Hace tiempo que se me olvidó. Por entonces un río de lava surcaba mis mejillas hasta que las cuencas de su origen se volvían rojas y el sueño se abalanzaba sobre ellas como un milagro. Al día siguiente mi cara no era más que el rastro de un incendio. 

Pero dónde quedan ahora todos esos sentimientos -centros del seísmo-. ¿Acaso los hay?

La habitación -tiene que ser aquella habitación- un día se quedó vacía. El mismo  motivo por el que mis lágrimas ya no han vuelto se llevó los muebles, arrancó la pintura de las paredes, demolió los cimientos... Aquella habitación vacía, en carne viva tanto tiempo, terminó reducida a las ruinas de un descampado. Hace tiempo que no paso por allí. Tanto, que he olvidado dónde estaba. Tercera costilla empezando por la derecha, justo en su inserción posterior con el esternón. No, ahí ya no está. Ventrículo izquierdo... No, no... Ahí tampoco. Hace tiempo que no veo aquel descampado.

Tú me pides más, pero yo ya no puedo darlo. Te he dejado pasar a todas mis estancias, todas las puertas te han sido abiertas. Pero tienes hambre, animal insaciable. Ya sé que tú incluso me dejas dormir en los centros contigo. Pero yo no puedo darte el descampado porque no lo he visto. Hace años que no lo veo. 

Y lamento que esto siga sin ser suficiente.