[De mi último viaje en autobús a Murcia y, ahora, volver a sentir lo mismo sin vistas de salida].
Las hojas han llegado tarde a tocar el suelo en el que me retuerzo más de lo que debo. Mi tardanza es la de un niño de diez años, esperando siempre a que su madre le de el aliento necesario para levantarse. Hace un tiempo, del que no recuerdo el momento exacto, mis hojas también tardías retornaron sus colores hacia uno sin nombre. Y aquí me hallo, taciturna incolora sonriendo a cuentakilómetros. En mis pies, solo encuentro las derrotas; en mis excusas, solo veo paja; y en mi droga, si he perdido la adicción, ya no encuentro nada.
La mala suerte apenas se me ha quedado en un comodín para hablarle de mí a la gente que no quiere entrar, ni yo le invito a pasar. Los principios se le quedan holgados a mi anorexia mental. A rastras llevo la ciudad que quiero y que no me deja respirar. Apenas puedo moverme sin gritar. La poesía ya se está cansando de esperarme en el bar y los artículos de urgencia me hacen tragar el semen para el que yo nunca abrí la boca.
Me asfixio, Madrid.