Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos.
Zahara
Escribí tu nombre ayer. No consigo grabarlo, todavía, pero lo estoy intentando.
Tu muerte, dicen, fue un suicidio premeditado. Y hay quien dice que yo tuve algo que ver. Quizás el dedo que me acusa desde el otro lado no ande desencaminado. ¿Qué es el otro lado? ¿El espejo? ¿La muerte? ¿O es que ambos son lo mismo?
Me ponen frases en boca que se me antojan deseos de que algo que no quería que ocurriera ya está ocurriendo. Y yo, aquí sentada, desde el otro lado, no puedo hacer nada. Que sí, que está pasando. ¿Se está borrando? ¿Se está grabando? Lo mismo da, que no da lo mismo. Yo no sé...
El tiempo sigue corriendo, y nosotros seguimos corriéndonos, con otrxs. Los muertos siguen muertos, y los vivos, también. Y, entre tanto, algún que otro superviviente que, joder, vive, cómo vive, mírale, míralos. Son como cometas.
Y yo sigo con las manos manchadas de tierra, con la frente rasgada de un sudor que no riega.
Clon, clon.
Nada, que no hay manera.
Y, de repente, se queda una letra. Yo me muero de pena, cada vez dueles menos.
En la lápida, la inicial del que podría ser tu nombre. Teme, o sé feliz. Guárdate un minuto de silencio. Guárdanos.
Y, al final, una corazonada: la última letra jamás será escrita ni el punto puesto
Tráenos flores secas.