viernes, 7 de octubre de 2016

El ángel de una atea

Resultado de imagen de ilustracion madre e hija

Son esas gafas adheridas a tu cara,
como formando parte de ella
-y en realidad son parte de ella-.

Es esa sonrisa que te sale,
cuando papá y yo nos enfadamos por tonterías.
Es esa paciencia que a veces se te clava,
como volviéndose en tu contra.

Son esas manos que saben de todo,
esa manía de consentirme demasiado.
Esas quejas que tanto derecho tienes a gritar 
-más que ninguno-.

Son esos ojos escondidos de algunas arrugas,
las que ocultan tanta vida derramada por tus pupilas.
Son esas arrugas alrededor de tus labios,
erosionados de las muecas de tu boca
-ya fuera risa o llanto-.

Es esa cabeza tan poblada de cabello,
como queriendo ocultar todas las historias
que habitan sus entrañas
esa cabeza que rebosa de ingenio.
Es esa lengua que siempre tiene una respuesta,
aunque a veces no sea la correcta.

Son esas piernas tan curtidas de experiencia,
funambulista caminando por el filo de una navaja,
desembocando en el barro unas veces, 
en el cielo otras. 

Es ese amor que se te sale 
por cada uno de los costados,
esa nostalgia que te llena de culebras,
esos recuerdos que te traen de vuelta.

Es esa amistad 
a la que cada día nos acercamos más.

Es por todo eso, mamá,
que yo no creo en ángeles ni demonios, 
pero creo e tus brazos
y me aferro a ellos.