Los amantes - René Magritte
Vemos una película.
Estamos sentados en el salón.
Guardamos la distancia de seguridad.
Mamá, en un sillón;
papá, en un sofá;
y Miguel y yo, en otro,
papá, en un sofá;
y Miguel y yo, en otro,
el más grande.
Ni siquiera nos rozamos.
Pero tenemos hambre de caricias
y un rastrillo pequeño
Ni siquiera nos rozamos.
Pero tenemos hambre de caricias
y un rastrillo pequeño
-cosquillero lo llamamos-
que le regalaron a papá en Navidad.
Con eso nos vale.
Desde mi sitio
hago cosquillitas a papá.
Después, es mi turno:
pasea Miguelito
el artilugio por mi piel:
brazos, piernas
y un poco de espalda.
Mamá siempre ha permanecido ajena
a este ritual,
que ahora
mira con desdén.
El arma de doble filo,
envenenado entre sujeto y acción,
pasa a mis manos otra vez.
Ya ha pasado el proceso de desinfección.
Acaricio a mi hermano
a través del cosquillero.
Quisiera apoyar
las yemas de mis dedos
en su espalda,
preguntarle si me deja quitarle
alguna espinilla.
Pero acaricio a mi hermano
con un rastrillo alcoholizado.
que le regalaron a papá en Navidad.
Con eso nos vale.
Desde mi sitio
hago cosquillitas a papá.
Después, es mi turno:
pasea Miguelito
el artilugio por mi piel:
brazos, piernas
y un poco de espalda.
Mamá siempre ha permanecido ajena
a este ritual,
que ahora
mira con desdén.
El arma de doble filo,
envenenado entre sujeto y acción,
pasa a mis manos otra vez.
Ya ha pasado el proceso de desinfección.
Acaricio a mi hermano
a través del cosquillero.
Quisiera apoyar
las yemas de mis dedos
en su espalda,
preguntarle si me deja quitarle
alguna espinilla.
Pero acaricio a mi hermano
con un rastrillo alcoholizado.