viernes, 24 de abril de 2020

Slowdive

Slowdive ladyquinzano
Composición de Alexey Kondakov.

¿Cómo es posible
que una canción
que escucho por primera vez
me haga recordar?


Y, sin embargo, lo hace.

No quiero escribir, 
pero también lo hago,
porque un sonido nuevo
me arrastra afuera de la cama,
me llena los ojos de anhelo
hacia la vida
que ahora se nos escapa.


Es una canción lenta,
pero me recuerda
a momentos rápidos.

Momentos rápidos
a cámara lenta.

Una sangriada en la Autónoma,
un concierto en el Miguel Ríos,
un baile en la tarima
de cualquier garito de Madrid,
un beso inadecuado 
en la estación de Noviciados.

Es extraño,
recordar a través de algo ajeno,
soñar despierta
a través de palabras 
que nunca antes
habíamos escuchado.

La pongo en bucle,
y en mi cabeza
la discoteca se hace leyenda,
estandarte del carpe diem.
Sentirnos vivos
en la vibración de la noche,
ser invencibles
en la inconsciencia de la deriva.

Jamás había
escuchado
esta canción,

que me recuerda
que una vez

estuvimos
más vivos
que nunca.

lunes, 20 de abril de 2020

Las flores que no podremos ver

poema ladyquinzano

Las flores que no puedo ver
las pinto en lienzos de colores
que hacen nostalgia
de un presente
que no está a nuestro alcance.

Las que sí veo se visten
de amarillos, de lilas, de morados
colza, nomeolvides, lavanda
,
y las que imagino 
son amapolas
creciendo en la ladera
del cerro Almodóvar.


En las sierras correrán
los arroyos llenos,
y dejarán a su paso
pigmentos multicolor
en las orillas. 

Y en los árboles asomará 
el pálido rosa de los cerezos, 
mientras en nuestras casas brotan
los primeros rayos del verano.

    La primavera llegó pronto,
    y pronto nos dejó,
    sin dejarnos.

miércoles, 8 de abril de 2020

Quién pudiera

poema ladyquinzano
Rowing to you - Henn Kim

Quién pudiera tejer delirios de hielo, 
congelarlos en el pecho 
y espantar las espinas 
como si de margaritas se tratara.

Quién pudiera apagar el fuego 
que se extiende por las venas 
cuando desfallecen los bastones 
que aportaban hombro y abrazo.
Quién pudiera.

Quién pudiera, 
si de barrancos se tratara, 
caminar por las cuerdas
sin tentativas de puenting 

-tirarse  está de moda,
caminar es de cobardes-. 

Quién pudiera
haber sido cobarde, 

joder, 
quién pudiera.

Quién pudiera soltar los lastres 
que las garras de otros
cosieron a nuestras alas, 

alas que no son más que guadañas 
ancladas a un suelo
que nos amarra. 

Quién pudiera.

Quizás tú, valiente y altivo, 
egoísta y ambicioso, 
arrancaras el ancla, 
desenvainaras el vuelo. 
Quizás tú, sí, tú.

Pero al alzar tu vuelo 
me has saltado un ojo, 
me sangra el cuello.

Quién pudiera ser cobarde 
si del dolor de esta herida
se desprendiera. 

Quién pudiera.

martes, 7 de abril de 2020

Amor adolescente

ladyquinzano poema
 
Y qué pasó 
entonces.

Pasó una mujer. 

Pero qué pasó.

Que era
de las que nunca
terminan
de pasar. 

Karmelo C. Iribarren

Yo encontré el amor de mi vida con 16 años, o puede que antes, cuando tenía 14, o incluso puede que antes, cuando eran 12. Hasta pudiera ser que el amor de mi vida se presentara antes, en el patio de un colegio de preescolar con apenas cinco años.

Mi amor llevaba el pelo negro y la piel morena, tenía madera de líder y era peleona. Mi amor también era de pelo claro, casi rubio, con los ojos verdes y una bondad que se le salía por los costados. También era esa niña castaño oscuro y ojos rasgados, que tenía 10 años y pedía, en vez del escondite, un ratito para hablar. También tenía la forma de una niña muy delgada, en extremo nerviosa, a la que confundían con mi supuesta hermana. En el patio del recreo la morena era la fémina alfa que chocaba contra mí, otra pequeña tirana. En las trifulcas por dominar al grupo, yo quedé desterrada. 

Pasó preescolar y cambiamos de patio: el mundo se nos hizo un poco más grande. Yo me alejé de mis amores, conocí a una niña que me robaba los juguetes y que me subyugó bajo su régimen. La peor regla de todas era, lo recuerdo bien, hacer de personajes secundarios cuando jugábamos a las películas. Pero yo quería ser Simba, Spirit e, incluso, Rose en Titanic, así que un día me planté. Dije basta. Regresé al que sería mi futuro y cogí a la niña de ojos verdes de la mano. 

Las dos juntas contra el mundo, tortugas de vez en cuando, empezamos a compartir nuestra infancia con las otras tres cuando hicimos siete años. En los recreos pasábamos de ser Witch a batirnos en duelos de tazos, de convertirnos en polis y cacos a escribir cuentos que hoy son el mejor recuerdo. También hubo juegos macabros: círculos de la verdad en los que se acorralaba solo a una para decirle todo lo que a nuestros ojos eran defectos, un juego de religión que manejamos al antojo del diablo. Así fueron los días que hicieron de unas niñas amigas y del juego, el amor. 

Vino entonces secundaria. Decían que la adolescencia se acercaba y nadie entendía nada. Nosotras seguíamos siendo niñas en cuerpos que mutaban, pero ahora se hacían imprescindibles cosas que antes no importaban: las notas, la ropa, ¿los chicos? En secundaria me pillé de al menos dos y conocí a otros tres amores. Una tenía el pelo castaño claro y los ojos color miel, la sonrisa siempre puesta y la tontería por bandera. Otra una voz de arcilla que mutaba al cantar y reivindicaba la absurdez. Y otra, siempre reservada, de pelo y piel oscuras, y manos muy pequeñas. Con sus idas y venidas, también había un chico muy delgado, pianista de nacimiento.

Mis amores eran ocho, y aunque la niña nerviosa se escindiera en sus propios círculos, ella y yo mantuvimos vivos los fuegos de una pasión que casi acaba con nosotras. 

En el grupo se quedaron, pues, siete, sumándome a mí volvíamos a hacer un ocho, que se tumbó en el patio y se convirtió en un infinito que acabó después de bachillerato. Juntas nos convertimos en fuerte, en comuna, en locura permanente. 

La adolescencia llegó y los monstruos crecieron en nuestros vientres. Nos partíamos con la punta de un papel y nos reconstruíamos los viernes en una plaza. ¡Ay! Nos hicimos tan eternas que ni la vida, ni siquiera ella, podrá arrebatarnos los recuerdos de aquel amor que se nos clavó en las comisuras de los labios, grabando a fuego las arrugas de risas fértiles, de penas yermas. 

Entonces pasó. La chica con voz de arcilla y el chico pianista volaron demasiado pronto a otros nidos. La chica reservada se alejaba y se acercaba por temporadas. La niña peleona se fue con sus garras a un hospital, donde siempre encuentra guerras que librar. La chica de ojos miel encontró a un amor de ojos verdes. La niña de ojos rasgados emigró a Edimburgo. La niña nerviosa se hizo tornado y estación de paso. Y la niña de ojos verdes y yo nos quedamos quizás enquistadas, quizás aún enamoradas de lo que fuimos. 

Entonces pasó: vino la vida y sentenció una ruptura, vino la vida y nos crecieron las obligaciones, y se nos rompieron las ilusiones —aunque otras se cumplieron—, y nos hicimos mayores. 

Entonces pasó: vino la vida y sentenció una ruptura que aún encuentra oposición en un amor que resiste a destajo. 

Entonces pasó un amor que nunca termina de pasar. 

domingo, 5 de abril de 2020

Pólvora de la mañana

poema ladyquinzano

Hoy ha muerto Aute.
Nunca he sido
 
una gran fan suya 
ni tampoco detractora, 
aunque sí reconozco mi debilidad 
por ese alba 
de hambre atrasada.

Nunca he sido
una gran fan de Aute,

tampoco detractora,
pero crecí con sus canciones 
camino de Nava.
Entonaba al ritmo de sus poemas
una melodía infantil
cuya única letra era caca.

Reconozco sus acordes
en las gotas

que en las carreteras
se derramaban
por las ventanas del coche

y bailaban un slowly
en un intento
por atrasar su extravió

—pelear por no quedarse
sin su latido—.


No,
yo nunca he sido
una gran fan de Aute,

pero tampoco detractora.

Y, sin embargo,
sus letras me hacen niña,
cuando el corral del pueblo
era paraíso

y yo su reina.
Cuando aún creía
que Al alba 

era una canción de amor
—que lo era—.

No,
que yo nunca he sido
una gran fan de Aute,

pero,
y esto es muy importante,

tampoco detractora.

Y hoy miro a mi padre
que le escucha en la tele
como a un amigo perdido.
"¿Sabes que era
de mis cantantes favoritos,
Eva?",

me pregunta.

Él mira en la tele
la imagen de Aute,
fallecido.

Pero yo sé que,
en realidad,

también está viendo 
una juventud pasada
de la que apenas yo sé nada,
y sé que son recuerdos 
lo que escucha en sus oídos.

Papá mira su juventud,
y yo, 
yo veo mi infancia.