lunes, 11 de junio de 2018

Tres relaciones, dos roturas de miocardio y un capullo después


Eras mucho menos doloroso 

de lo que siempre me habían contado las películas 
y más generoso de lo que yo he sido nunca 
(que tampoco es difícil). 

Tienes, no el color rosa, sino uno indeterminado, 
salpicado de las tonalidades 
de cuantas vas besando en tu camino.

Tienes una mente cometa, 
que vuela en su eterna luna 
y admite que izará hacia donde el viento le sople, 
porque las opiniones para ti 
nunca fueron candados fijos 
ni las ideologías muros. 

Eres tan poesía, tan verso libre, 
que no sabes lo qué es una metáfora 
y te conviertes en ella 
cada vez que vienes y me salvas. 

Nunca has sido el escaparate de nada, 
no te vendes ni enjaulas. 
Pero todo el mundo piensa de ti. 
Todo el mundo juzga de ti. 
Todo el mundo dice de ti. 

Si tuviéramos ojos por dentro, 
tú serías una paloma blanca. 

He llegado hasta a ti aprendiendo 
que se aprende de los golpes. 
Pero la única lección valida 
me la han dado tu bandera blanca
y tus caricias de quimera.

Tú, que te llamas amor, 
encantada de conocerte. 
Tú, que te llamas amor, 
has venido a buscarme. 

He intentado echarte, a patadas, a voces. 
No te reconocía, 
estaba tratando de desenmascararte. 
A cada gemido 
se abría en mi corazón un resquicio de duda, 
una alarma incesante. 

No te reconocía, 
porque nunca antes te había visto. 
Los impostores me hicieron creer 
que aquello, 
el fuego, la sangre, el dolor y la adicción, 
llevaban  tu nombre. 

Nunca he llevado demasiado bien la alegría. 
Si no vienen los motivos, 
puedo tejer una manta de horrores. 
Por eso desconfiaba de tu (b)risa de verano 
como si se tratara del huracán Katrina.

Para, al fin, dejarme mecer por tu viento.
Aprender que el amor no tiene que doler,
y que todo lo de antes 
fue solo un cuento Disney de mierda
para mayores de 18
y sin ninguna moraleja.

Y que tú, pelo azabache y ojos marrones,
estás hecho a la medida perfecta 
de este nuevo compañero, 
que ya no me asfixia ni aprieta.