Al levantarnos el cielo estaba rojo
y era de noche
y no había fuego.
En lugar de estrellas,
electrocardiogramas carmesí
y el pinar preguntándose
qué demonios hacía allí el infierno.
Tío cogiendo la escopeta:
¡Ha llegado la guerra!
Y el dorado de los campos aledaños preguntándose
a qué sabría el beso de un incendio.