El cambio, a veces,
se revierte,
se retuerce.
Todo lo que parecía
que era distinto
es en realidad
el engaño de un cuerpo
que quedó varado
en playas antiguas,
en ecos de espuma.
Volver a la herida,
regresar al golpe,
no es un atasco,
sino la letanía
de un recuerdo viviente.
La continuidad del hilo
que una niña
arrastró hasta el presente.
Un hilo que, por cierto,
ya no cose.
El cambio,
a veces,
se revierte
se retuerce
y encierra en su centro
el ansia de escapar hacia atrás
-cómo si eso fuera posible-.
Es como mirarse a un cristal
del que brota
un reflejo del pasado,
apenas una distorsión,
demasiado parecida
a lo que fue.
Pero viene a decir lo mismo
que antes del accidente cerebral
que en apariencia
y solo en apariencia
había modificado los cimientos.
Pero vamos nosotros
y nos tragamos la mentira.
Si hasta ahora las columnas
no paran de resquebrajarse
es por el miedo.
Si hasta ahora los soportes
no han saltado por los aires
es también por el miedo.
Este naufragio
no debería ser
otra de las epifanías
sin más consecuencia
que un despertar temporal.
Esta deriva
debería ser el funeral
que se celebra a sí misma.