Que los campos castellanos arden fácil en verano.
La MODA
A esta tierra siempre vuelven mis pasos,
se anclan mis raíces a sus pinos.
Nunca la he visto.
Porque a veces -ya se sabe-
solo vemos lo nuevo.
Aún no la he visto
y, sin embargo, a veces la veo.
El pinar amanece entre escarcha,
telarañas erguidas entre sus ramas.
El pinar amanece sombrío.
Mientras sus vecinos florecen,
él continúa inmaculado.
El pinar amanece soleado.
Henchido de vanidad,
el verde de sus copas se ha derramado,
pero el color de su velo
no llega a cubrir el suelo.
El pinar amanece empapado.
El agua se escurre por la tierra
hasta llegar a las fosas nasales.
Convierte en lluvia lo inhalado.
Y debajo de la dermis marrón
se esconde el color
de otro amanecer anaranjado.
Dos. Tres. Quizás todo un corro de ellos.
La infancia huele a níscalos mojados.
La noche, antecesora de todos ellos,
casi siempre se presenta negra.
Aquí todavía no llegan las luces.
Y tampoco importa.
Mi pueblo se muestra
-imposible decir se esconde-
en esta tierra yerma.
Soy extraña de mi propia raíz,
pero el pinar extingue esta hoguera.
En mi seno forja casas de madera,
donde mudarse a descansar
cuando la ciudad me hiera.
A esta tierra siempre vuelven mis pasos.
A veces, pareciera que no la viera
y, sin embargo, la quiero.