miércoles, 20 de marzo de 2019

Caracolas


[Su cara me mira desde el espejo
    y, sin embargo, 
    no acierto a encontrar en ella 
    ninguna de las cosas que antes le hacían ser].

Los recuerdos se van fundiendo 
en una playa gigante, 
pero algunos se convierten en caracola
cuando la espuma del mar les toca. 

    Quizás allí varados para siempre. 
                                                        Inmutables.

Escuchar sus tripas
me devuelve ligeras visiones 
de un tiempo que no sé si fue mejor, 
pero que fue, 
indudablemente, 
ígneo. 

Las cenizas mudaron entonces 
en estos granos de arena 
que ahora se me escurren entre los dedos. 

Algunos castillos, 
de los que solo su sombra queda, 
se levantaron lejanos a la orilla, 
desnudos al viento. 

    T-o-d-o se destruye para dar paso.

En otra dimensión, 
mi primo y yo construimos murallas a orillas del mar.
Todo lo que levantamos, c
                                            a
                                            e
    [Si no quisiéramos que así fuera
    hubiéramos elegido otra guerra].

Una mujer camina entonces entre nosotros.
Lleva el pelo corto y la piel tintada. 
Se parece a la niña.
 
Y nos mira a los ojos 
mientras aplasta
uno de nuestros castillos. 
    [¿Qué será de mí sin esa fortaleza?].

Pero en la planta de mi pie
ha nacido un poema.

jueves, 14 de marzo de 2019

Las dudas congeladas



A veces pienso en ti,
en vosotros.
Como pequeñas explosiones
que alguien tuvo la indecencia de impedir.
Como incendios que murieron
antes de lamer la boca de su mechero.
Como latidos en la entrepierna 
que quedaron silenciados 
cual gemido sordo
en las habitaciones de la casa de papá. 

Pienso en vosotros,
como prolongaciones de una duda
que no ha sido pronunciada.
Y, a veces, sospecho
que entre mis piernas
no hay pirata que encalle eterno
su pata de palo.

A veces pienso en ti.
No ocurre a menudo, 
ni tampoco ocurre con demasiada alegoría
-no al menos como antes-.
Pero cuando lo hace
me pregunto:
¿A qué sabría tu boca
después de soñar tantas veces 
con morder la mía? 
Fundirlas en un juego de luces y sombras.
Quizás serías el capullo
por el que mi corazón se hubiera roto.

Otras, pienso en ti.
Esto ocurre con algo más de frecuencia
y me sorprendo inventando 
las muchas formas en las que reencontrarnos 
en un beso que sabe a humo y a Praga
-nunca he besado a un hombre cigarro-.

Nuestra historia hubiera sido un drama.
Tú te hubieras quedado en Barcelona
-tal como ahora-,
habrías dirigido un corto
en el que yo sería la mala.

Yo, seguiría en Madrid.
Nada sería demasiado diferente.
Tú -en vez de otro- 
me hubieras servido de tinta 
de la que empapar mis poemas.
Ya ves, de qué hubiera valido
si, de todas formas
-de vez en cuando-,
os escribo.

A veces pienso en vosotros.
No ocurre a menudo.
Pero cuando lo hace
de la monogamia me río
por no llorar por las tumbas
de lo que pudo haber sido.

martes, 5 de marzo de 2019

Nava



Que los campos castellanos arden fácil en verano.
La MODA

A esta tierra siempre vuelven mis pasos,
se anclan mis raíces a sus pinos. 

Nunca la he visto. 
Porque a veces -ya se sabe- 
solo vemos lo nuevo. 

Aún no la he visto
y, sin embargo, a veces la veo.

El pinar amanece entre escarcha,
telarañas erguidas entre sus ramas.

El pinar amanece sombrío.
Mientras sus vecinos florecen,
él continúa inmaculado.

El pinar amanece soleado. 
Henchido de vanidad, 
el verde de sus copas se ha derramado, 
pero el color de su velo
no llega a cubrir el suelo. 

El pinar amanece empapado. 
El agua se escurre por la tierra 
hasta llegar a las fosas nasales.
Convierte en lluvia lo inhalado. 
Y debajo de la dermis marrón 
se esconde el color
de otro amanecer anaranjado.
Dos. Tres. Quizás todo un corro de ellos. 
La infancia huele a níscalos mojados.

La noche, antecesora de todos ellos, 
casi siempre se presenta negra. 
Aquí todavía no llegan las luces. 
Y tampoco importa.

Mi pueblo se muestra
-imposible decir se esconde- 
en esta tierra yerma. 

Soy extraña de mi propia raíz, 
pero el pinar extingue esta hoguera. 
En mi seno forja casas de madera, 
donde mudarse a descansar 
cuando la ciudad me hiera.

A esta tierra siempre vuelven mis pasos.
A veces, pareciera que no la viera
y, sin embargo, la quiero.