con la hora hasta de cagar
apuntada en una esquina,
en un hueco entre el gimnasio y la oficina.
Vives ahogado en el humo de un tráfico
que llena tus pulmones
de incapacidad para hacerte capaz
y, lo que es peor, bajo el humo de un tubo de escape
que la tierra traga
sin saber muy bien por quién lo hace.
Y no merece la pena.
Vives bajo las normas de los aeropuertos,
bajo el "gracias" hasta al cabrón más grande
que se cruzó en tu camino,
y que solo se merece una patada en el intestino.
Vives, sin saber muy bien cómo,
a la vez que los trenes,
y descansas incluso menos que ellos.
Y no merece la pena.
Vives bajo las etiquetas que tú mismo te pones,
y huyes de las que otros más acojonados que tú
te pusieron en el patio de un colegio.
Y te dices que,
ahora que has llegado al extremo contrario,
has logrado lo que siempre quisiste,
como un eslogan publicitario
de los que dibujan sonrisas de mantequilla
en las caras de la gente.
Has huido en dirección contraria,
solo para darte cuenta de que te moldearon ellos,
y te ves gritando en voz baja a otros que te desoyen
porque son más valientes que tú.
Y no merece la pena.
Vives en una cuerda que se tambalea con pasos en falso,
que se dirigen a la dirección correcta
-o sea, la incorrecta-.
Vives como el caudal de un río
que a ratos se seca,
y no te das cuenta de que lo de dejarse llevar
solo te lleva a la vida de lo que otros te cuentan.
Y no merece la pena.
Vives con la imagen de tu perfecta vida,
colgada en las páginas de tu propia revista
en la que nadie lee más que lo que le interesa
-si es que la leen-.
Vives rodeado de muchas cosas que no usas,
de libros cerrados
desde el día en el que cayeron en tus manos,
de un armario lleno de absurdos rompecabezas,
mientras a otros se les congelan las manos, los pies y las cabezas.
Y no merece la pena.
Vives con el móvil anclado a tus dedos,
como una extremidad
de la que nunca nos habían hablado
y te sientes atado por todas las personas
que te gritan, que te ignoran, desde el otro lado.
Vives sin atreverte a lanzar los dados,
con el camino trazado
por las manos de una sociedad
que solo busca la hipocresía,
y tú sonríes, la sigues y avanzas a su lado,
como un soldado más de un juego sin tablero.
Y, desde luego, que no merece la pena.
Despierta.