viernes, 8 de abril de 2016

Vete ( II )

Se nos echa el tiempo encima. Nos roen los zapatos de Nike los ratones del estrés. Nos viene el reloj a gritarnos: "ES URGENTE". Ya no me quedan ratos de poesía de bares, ya no hay momentos para leer, ya no puedo sentarme con mi perro un día normal, en mi barrio, y preguntarle por su día. Ya no me queda tiempo ni de escribir(te). Y yo me siento desbordada de todo lo que me gusta y lo que no, de lo que quiero hacer y lo que no. Y lo cierto es que no sé, otra vez. No sé qué quiero. Ni si lo que quiero está confundido con la espiral. La espiral en la que creemos consumir nuestro dinero es la que finalmente, me atrevo a decir, nos está consumiendo a nosotros. La espiral que nos ata con cuerdas invisibles a su epicentro. ¿Qué sería de nosotros si no existiera? Quizás entonces sabría lo que quiero.

Gira la rueda vertiginosamente en caída libre, y me doy cuenta de que no llevo paracaídas. Que las alas que me vendieron en El Corte Inglés eran de plástico y puedo abrirlas, pero no usarlas. Gira la espiral incesante en mis ojos y mi mente lucha por salir de la corriente. 

Me duele la cabeza. Voy a ver la tele a ver si se me pasa. Y ese runrún constante sigue gritando, bajito, no vaya a escucharle. Voy a salir a correr a ver si desaparece. Y desaparece, unos minutos, unas horas... Pero siempre vuelve cargado de su fuerza. A preguntarme si lo estaré haciendo bien. A preguntarme qué es lo que está bien.

Me voy en dirección contraria. Llevo demasiado tiempo perdida como para volver a buscarme. Y llego a un lugar muy oscuro en el que no veo nada. He vuelto a perderme. Soy la niña de seis años que no consiguió vencer a sus fantasmas.

Desaparece, por favor, desaparece de una puta vez. Con ella aquí no puedo terminar de soltar el lastre y siguen pesando demasiado todas las cosas que no deberían de importarme. Quiero huir de este mundo de mentira, pero hasta que la niña no se vaya yo no podré ir a ninguna parte.