Él siempre demasiado desconfiado, ella siempre demasiado obtusa. El día que se fueron a encontrar quisieron acabar con todo eso. Pero el miedo no les dejaba y, queriendo amarse, centímetro a centímetro se separaban.
Ella ya le había confesado que escribir era como su huida, su pequeñito secreto para escapar del mundo. Él quería irse con ella.
Así que, cuando abrió su puerta para recibirle, no encontró a nadie, pero, al mirar hacia abajo, la vio. La primera carta. Donde él le contaba todo, cada insignificante detalle de su dolor y su alegría.
Y así iniciaron un ritual en el que se unían en uno en cada letra, como dos gotas de agua que viajan juntas.
Nunca hablaban de ello cara a cara. No hacía falta.