miércoles, 12 de septiembre de 2012

Las gotas (II)

Salieron a pasear una tarde más bajo un sol radiante, y caminaron en silencio sin cogerse de la mano. Aún no sabían lo que el uno era para el otro. Quizás un parche, quizás un aliento o quizás mucho más. Y, mientras el gris cubría el cielo, él la vio, cada milímetro de su rostro, su cara sin vida, pero llena de sus ojos, que rebosaban vitalidad. Sus labios finos, sus labios ardientes, sus mejillas sin color… Mucho más. Muchísimo más. Y la lluvia les alcanzó, las calles se encharcaron en segundos. Su pelo quedó empapado, como la ropa que se pegó a su cuerpo. 

Mucho más.


Así, bajo la furia de aquella lluvia torrencial, lo supo. La cogió de la cintura y la atrajo hacia sí. Dos minutos se quedaron pegados el uno al otro, embebiéndose en un nuevo acertijo que jamás descubrirían y, poco a poco, sus labios se buscaron, pidiendo permiso, esperando, temiendo romper el hechizo que les envolvía, hasta que, finalmente, se encontraron.  

“Mucho más”.
  
Ya eran una sola, una sola gota que se regocijaba bajo miles de ellas.

Mucho más.

martes, 11 de septiembre de 2012

Las gotas (I)

Cuando acabó la película la sala quedó vacía, solo quedaba en su asiento una joven que no cesaba de llorar. Un chico de ojos oscuros se acercó a ella entonces, abrumado por sus lágrimas.

- ¿Puedo hacer algo por ti?- Una muchacha pálida y esmirriada le devolvió la mirada, una mirada cargada de indescifrable tristeza, una mirada que le perdió en un laberinto del que nunca saldría.

- Es esta música. La película no era buena.-Susurraba.- Pero su música quería decirnos mucho más… Es lo que la gente no sabe ver en las cosas y lo que todos quieren buscar.

Había visto esa película cientos de veces desde que la estrenaron, pero en ninguna de ellas había encontrado la pieza que le faltaba… Hasta entonces. Y se dejó llevar por los acordes de piano que inundaban cada rincón de la estancia, dejando que fueran sus lágrimas las que hablaran desde hacía tanto. 

Se acurrucaron en silencio, dos extraños que buscaban sus trocitos entre las paredes de una sala de cine. 

Y, así, las gotitas de agua comenzaron a perseguirse… 

sábado, 8 de septiembre de 2012

Las gotas (III)

Él siempre demasiado desconfiado, ella siempre demasiado obtusa. El día que se fueron a encontrar quisieron acabar con todo eso. Pero el miedo no les dejaba y, queriendo amarse, centímetro a centímetro se separaban.
Ella ya le había confesado que escribir era como su huida, su pequeñito secreto para escapar del mundo. Él quería irse con ella.

Así que, cuando abrió su puerta para recibirle, no encontró a nadie, pero, al mirar hacia abajo, la vio. La primera carta. Donde él le contaba todo, cada insignificante detalle de su dolor y su alegría.

Y así iniciaron un ritual en el que se unían en uno en cada letra, como dos gotas de agua que viajan juntas.

Nunca hablaban de ello cara a cara. No hacía falta.


Las gotas (IV)


Caían las gotas una detrás de otra, pisándose los talones y, en algún punto de su recorrido, como atraídas por una extraña fuerza, se unían en una sola, más rápida y fugaz, más alegre quizás. Pero siempre llegaban a morir a la esquina de alguna ventana, de un cristal. 
Miraba aquello con cierta admiración que, hasta entonces, se le había escapado.

Escuchó de fondo una pieza de piano muy bella, que le llevaba a sus más escondidos recuerdos: ojos anhelantes, lluvia, ceniza, cartas, sobre todo infinidad de cartas y… música.

La gota negra que resbalaba por su mejilla, sin embargo, nunca caminaría al lado de otra. Su camino era para siempre esperar.