viernes, 17 de agosto de 2012

Complejos

Un día como otro cualquiera se miró al espejo. Lo mismo, lo mismo que hacía todas y cada una de las mañanas preguntándose si al acostarse vería esa idéntica imagen. Y nunca lo hacía, porque en el transcurso del día se hacía más fea, más guapa, muy delgada o demasiado gorda. Pero, eso sí, siempre veía unos labios serios que la criticaban y juzgaban sin ni siquiera entreabrir sus comisuras. Porque no hacen falta los disparos cuando la sentencia ya está siendo cumplida.

Aquel día, sin embargo, pasó algo increíble: ella era la misma. 

Y, sintiendo una felicidad que jamás había conocido, acarició su boca. Algo en su mecanismo cambió cuando tocaba con temor cada una de las partes de su cuerpo. De repente, se dio cuenta, sus labios estaban medio abiertos, como esperando un abrazo de lenguas. El suyo propio. 


A partir de entonces ya no tendría que mirarse más al espejo, porque había logrado encontrar lo que deseaba en su reflejo.