Eran una pandilla peculiar. No solían acostumbrar a decirse lo que sentían, no solían abusar de las palabras ni emborracharse en cada esquina. Cada cosa en su momento.
Frecuentaban siempre los mismos lugares a las mismas horas y lo único que deseaban era que el reloj marcara su hora, cuando por fin el timbre del patio sonaba. “Hoy Vince está insoportable, no aguanto más el estruendo de su voz, pero lo cierto es que no importa, vamos a hacer el subnormal un rato.”
Los secretos volaban frecuentemente de unas bocas a otras, pero siempre lo sabían, la banda del patio siempre encontraba la respuesta a todos sus problemas. “Hoy Gus está destrozado. Dejad todo lo que estéis haciendo y acudid en su ayuda. Hoy seremos una piña aun más fuerte.”
Las tardes más aburridas, las más negras, adquirían un tono mucho más claro. Canciones tristes no, vamos a cantar.
Cuando los demás andaban con pies en suelo ellos volaban entre las nubes, siempre más borrachos cuanto más sobrios. “Hoy nublado, pintemos rayos de sol en el cielo.”
La banda del patio no acostumbraba a decir mentiras: lo que eres, eres y nosotros te queremos mucho más que poco.