Tenía armarios enteros llenos de los más exquisitos vestidos, lencería francesa y abrigos de piel. Los zapatos, de las marcas más caras, inundaban estancias… Sin embargo su carmín era de lo más común.
Cada noche, incansable, llenaba de jadeos las habitaciones de un hombre. Y sellaba con sus labios un pacto de olvido.
Volvía sola y arropaba su frágil vida con sábanas blancas. Su belleza marchita, su dolor golpea. Y su carmín mancha su cama.