domingo, 12 de marzo de 2023

El Museo de Van Gogh me aburre

girasoles van gogh

Esperaba que mis ojos se convirtieran en girasoles
dando vueltas como las ruedas de un coche.
Deseaba
que el azul de Amberes
oliera a algodón de azúcar
y el rojo de Campo con amapolas
desprendiera efluvios de regaliz.

Pero mis párpados se han cerrado
como las compuertas de un garaje.
Nadie saldrá hoy de ruta.
Y a lo único que huele aquí es a porro.
 
Un día después volvemos a probar.
Hoorn, una magdalena
y el primer capítulo de You.

Clic.

¿Dónde estaba el sueño que ayer me retenía?
Hoy tu cara se configura por pequeños hexágonos
y tus movimientos son fotovoltaicos.
Mi mente viaja tan deprisa
que soy incapaz de explicarte por qué me río.
¿Por qué me estoy riendo?

⁃ Vas a morir.

Pero yo no quiero.
Quiero vivir
y saber a qué sabe mi brazo.
(Por eso me lamo, cariño).

Pero no me como, tranquilo.
No me voy a comer.
Ni tampoco me tiraré por la ventana.
Que yo quiero que estés cerca
mientras ruidos desconocidos
sigan siendo el fondo de este mundo
en el que hay dragones en el baño
y el temor desatado
de que Van Gogh vuelva
con su oreja en las manos
para decirme:

“Toma,
mira a ver si esto
te sabe a piruleta”.

Todo eso hubiera pasado si no hubiéramos elegido salvarnos

 
 

No puedo oírte.
No puedo oír tu voz.
Es como si me bebiera una botella de anís
y me durmiera en una colcha de rosas.


Bodas de sangre, Federico García Lorca. 
 
 
Escuché ruidos
y una luz titilar.
Tu letanía,
una canción de miedo
impresa en las huellas que nos llevaron
cara a cara
a la plaza de Goya,
que pronto se sembró de campos de amapolas blancas
que germinaron de tus ojos
y al tocar el suelo
ya eran sábanas de opio.
El presente quedó entonces escondido
bajo polvos de azúcar
y nuestras bocas se llenaron de prado.
Pero una vez saciado el deseo inmediato
acudió el rojo a tiznar los pétalos
que al recoger en mis manos
se hicieron charco
y las espinas perforaron las pupilas
donde antes hubo agua estanca.
El perfume neutro se hizo pútrido
y ya nadie encontró los cadáveres
en las fosas del duelo,
solo dos cartas de suicidios
firmadas por la cordura
de quienes se dejaron seducir
por la promesa de una resurrección.