Una tarde tirados en el césped del instituto, a base de sangría y altavoces de un móvil, supe que aquello solo podía vivirse una vez en la vida. Y lo seguí pensando cuando camino de un McDonald's metimos los pies en el barro y gritamos como locas porque nos habíamos hundido en el lodo, sí, pero juntas. Y nos habíamos manchado hasta los calcetines de felicidad.
También supe que lo nuestro era verdadero cuando, sin beber un solo sorbo de cerveza, podíamos dar vueltas alrededor de una mesa en medio de la calle cantando y gritando sin preocuparnos de si alguien nos miraba.
Y que era distinto, por eso de que en el patio del colegio preferíamos el suelo a los bancos, la escuela de música al botellón y ser nosotros a ser como ellos.
Y reír era como respirar.
Y respirar era reír.
Y caerse era levantarse.
Y levantarse era volar.
Y Madrid era más Madrid.
Y nosotras éramos más nosotras.
Y la vida estaba más viva.