Se
perseguían incesantemente, pasando por cada rincón del universo. Apenas uno
acababa de irse, el otro comenzaba a asomar la cabeza, contemplando la estela que la noche había dejado pasar.
La
noche inundaba el la tierra de esperanza, cobijaba a los amantes, daba una tregua en este
mundo de locos.
El día
anunciaba una nueva oportunidad, combatiendo el frío que había dejado su amante.
Cuidaban
de emendar los crímenes que el otro había cometido. Para que les perdonaran. Para que pudieran estar juntos. Pero, poco a poco, se dieron cuenta de que eran
esclavos del mundo que giraba sin percatarse de ellos.
Tan
solo, de vez en cuando, ella le alcanzaba y, siendo tan pequeña a su lado,
tapaba su inmensa luz y se fundían en uno solo. Hacían el amor a la vista de
todos, sin permitirles mirar sin perderla.