En el café de aquellas calles, Hugo se sentaba cada mañana del 1
de enero. Como un puto reloj, llegaba a las 10.00 a uno de los pocos
establecimientos que abrían el primer día del nuevo año, y se sentaba siempre en
la misma silla y en la misma esquina. Pedía un chocolate con nata y se quedaba
allí hasta las 12.00. Sólo, completamente sólo.
Llevaba haciendo ese gesto cinco años, y no pretendía abandonarlo
porque la esperaba, esperaba que algún día al abrir la puerta apareciera su
pequeña luz.
Era su tradición.
Aquella mañana hacía muchísimo frío, era enero, es normal. Pero no
hablo de un frío físico, sino de uno más profundo, el que envolvía su corazón.
Se encerró a cal y canto en su habitación y gritó mordiendo su almohada. Gritó,
gritó y gritó hasta que no le quedaba ni un ápice de voz, y cuando notaba que la
garganta le empezaba a quemar, que se moriría allí mismo del dolor que carcomía
su corazón, Aurora entró por la puerta. Subió las persianas, le limpio las
lágrimas con un bonito pañuelo de seda que él mismo la había regalado y le
levantó del suelo con sus pequeños brazos. Hugo tan solo se limitaba a mirarla
y a intentar moderar los sollozos que no podía contener. Entonces ella, cogiendo sus manos, acercó sus labios a su oído y
tan solo susurró:
- Todo saldrá bien.- y le besó. Hugo se perdió en el sabor de aquel beso, desesperado por encontrar la cadena que le seguía atando a la vida. Y vaya que si la encontró.
- Siempre mi luz, tú siempre me guías en mi camino.- Más tarde se arrepentiría de aquella frase, claro, estúpidas promesas que drogan el alma.
Y se fueron, saliendo a la luz de un nuevo año, el que sería el
mejor de sus vidas. Aurora le llevó a un café cercano a la plaza Mayor y, cuando
estaban sentados, mirando cómo pasaban las gentes, llenos de nuevos propósitos,
de ganas de volver a empezar, ella sacó un par de hojas y bolígrafos.
- ¿Qué es esto?
- Es para que apuntes lo que quieres conseguir este año. Si te
sientes perdido al menos tendrás siempre un papel que te recuerde cuál era tu
propósito al empezar el año.
“Vaya tontería”, pensó Hugo de inmediato.
- Sé que ahora mismo no encontrarás algo que te invite a seguir, a
luchar por algo, pero debes hacerlo y recordarlo cada vez que caigas.
Cada año hacían lo mismo, y los objetivos que se quedaban en saco
roto los guardaban para volver a intentarlo. Así año tras año, papel tras
papel…
Hizo lo propio aquel día. Sacó una hoja y un boli escribiendo su
nuevo sueño y, después, cuando el reloj dio las 12.00, lo guardó junto
a los deseos que no se habían cumplido. Allí yacía el primero de todos, el del primer
día que Aurora le trajo: “No perder mi luz”.