Como costumbre, se sentaba a observar los días de lluvia desde la ventana de un bar algo anticuado, bebía cerveza barata y por las noches se metía todo lo que encontraba. Sí, eso hacía los días de lluvia, pero cuando el sol se mostraba espléndido se sentaba en ese mismo bar, en una esquina escondida de los demás, y esperaba a que cierta persona entrara por la puerta.
Y se quedaba allí, observándola y oliendo en la distancia el perfume que evocaba.
En realidad hacía lo mismo que los días de lluvia: por el día observaba la tormenta y por la noche se colocaba.