Un beso. Otro. Otro. Otro más largo. Él la acariciaba lentamente, sus manos se iban haciendo paso entre su piel. Y ella se dejaba, apasionada, desatada… buscando los placeres que el amor esconde.
Pararon, un instante, y cerraron los ojos.
- Te traeré el viento cuando no exista el aire.
Y la acarició, de nuevo, con mayor dulzura, con mayor locura. Ella le mordió en el cuello, él la beso en la mano. Sentían que se encontraban en un hermoso delirio, que se perdían en la euforia de los besos y las caricias. El suave vaivén del sube y baja los mecía en el amor, tocar el cielo era demasiado poco.
En aquel momento una luz cegadora la despertó. No podía creerlo, todo había sido un sueño. Una lágrima resbaló de su mejilla, cuando al volverse pudo verle. Su pecho subía y bajaba al compás de la respiración y su corazón latía firme. Entonces, solo entonces, supo que no hay mejor sueño que la propia vida.