martes, 11 de septiembre de 2018

León


Aprender a amar, 
de nuevo, 
por encima de lo irracional.

Aprender de ti, 
como la potrilla 
que da sus primeros pasos 
con demasiada soberbia 
sobre sus patas. 
Y miedos, 
sobre todo miedos 
-imagínate el cóctel.

Bucear 
en un charco 
tan poco profundo 
que apenas me cubre los tobillos 
y descubrir, 
al escarbar la tierra húmeda, 
una gruta inmensa.

Darte las gracias. 
Y dármelas: 
por abrir puertas 
aún con heridas abiertas, 
por desoír los consejos cerebrales 
-por una vez tenía razón la piel.

Descubrir la pasión con el tiempo, 
con un cariño tornado amor 
o quizás viceversa, 
que me induce a exhalar 
un "no te vayas" 
como un grito de salvación.

Mirarte a los ojos 
y saber que salvarnos 
está en tu marcha y en la mía, 
quizás, alguna vez... 
pero no ser capaz de decírtelo. 
Todavía.

Intuir las discusiones 
y temer las reconciliaciones.

Desde que apareciste 
te quiero por encima de mí 
solo en la cama 
-y no siempre-, 
y buscándote por debajo 
encuentro las diferentes altitudes.

Puede ser, 
es posible, 
que nunca 
hayamos estado tan cerca.

Y puede que, 
algún día de estos 
en los que el dramatismo y los fantasmas 
me abandonen 
-si es que les da la gana- 
mi pecho 
termine por admitir 
que 350 kilómetros 
no son nada 
entre dos latidos 
que se entienden 
con conexiones neuronales.