de nuevo,
por encima de lo irracional.
Aprender de ti,
como la potrilla
que da sus primeros pasos
con demasiada soberbia
sobre sus patas.
Y miedos,
sobre todo miedos
-imagínate el cóctel.
Bucear
en un charco
tan poco profundo
que apenas me cubre los tobillos
y descubrir,
al escarbar la tierra húmeda,
una gruta inmensa.
Darte las gracias.
Y dármelas:
por abrir puertas
aún con heridas abiertas,
por desoír los consejos cerebrales
-por una vez tenía razón la piel.
Descubrir la pasión con el tiempo,
con un cariño tornado amor
o quizás viceversa,
que me induce a exhalar
un "no te vayas"
como un grito de salvación.
Mirarte a los ojos
y saber que salvarnos
está en tu marcha y en la mía,
quizás, alguna vez...
pero no ser capaz de decírtelo.
Todavía.
Intuir las discusiones
y temer las reconciliaciones.
Desde que apareciste
te quiero por encima de mí
solo en la cama
-y no siempre-,
y buscándote por debajo
encuentro las diferentes altitudes.
Puede ser,
es posible,
que nunca
hayamos estado tan cerca.
Y puede que,
algún día de estos
en los que el dramatismo y los fantasmas
me abandonen
-si es que les da la gana-
mi pecho
termine por admitir
que 350 kilómetros
no son nada
entre dos latidos
que se entienden
con conexiones neuronales.