He gritado cuántas veces la palabra libertad unida al amor, como si las jaulas en las que yo misma me encerré fueran el cielo que jamás había alcanzado. Pero los nacidos entre barrotes no saben volar. Así que yo, hija de las cadenas y promulgadores de evangelios sin dios, estoy descubriendo en este preciso instante cómo usar una ganzúa.
El amor no son los celos, el amor no es la lágrima que se escapa cuando le quieres tanto que duele, porque el amor no duele. El amor no es egoísta ni es tan generoso como para olvidarte de ti misma. El amor no es una jaula con cuatro paredes y una puerta abierta. Es salir a volar y encontrar tu impulso en los ojos de una luna cambiante, que crece hasta hacerse llena. El amor es firmar la paz sin haber declarado nunca la guerra y seguir ejerciendo treguas en una cama en la que la mujer también manda. El amor no es una droga que genera dependencia, es una dependencia del mundo donde pasar un buen rato (o muchos). El amor es, al fin, libertad. El amor es enseñar, compañero. El amor es todo lo que estoy aprendiendo de tu mano.