A veces pienso que es la vida un tiovivo que gira con la inercia de que todos los engranajes cuajen. ¿Y qué cuajen para qué? ¿Quién dispuso este girar, este tener que tener y tener? ¿Acaso son los de arriba, que nos conceden vacaciones para que nos creamos libres por unos cuantos días? ¿Y el resto de meses? En cuántas sedes conocen nuestros nombres, nuestros DNI, pero no saben qué pasiones nos mueven, qué autores nos gustan, qué debilidades nos hieren. ¿Acaso son nuestros amigos, que nos llamarían locos si lo dejáramos todo? ¿O acaso nuestra familia, que tan solo nos llevan por donde a ellos les llevaron?
El tiovivo sigue entre amores que se dan cuerda por cariño y no por amor, entre trabajos creadores de muertos vivientes, entre gimnasios de cuerpos fabricados -ya estaban pensados de antemano-.
El mundo gira y nosotros con él, sin darnos cuenta de que podemos ir en el sentido contrario. Subir hacia abajo, bajar hacia arriba. Sin darnos cuenta de que vivir es, precisamente, matar al tiovivo, dejarlo tiomuerto.
Yo también estoy aquí subida -o bajada, que no os engañen mis palabras-, pero me he subido a uno de los caballos destartalados y sospecho que tiene un tornillo menos. Quizás entre los dos sepamos ser valientes, dejar el tiovivo a su suerte.
Mientras tanto, a veces, bajamos -o subimos-, nos paramos, nos revelamos, nos revolcamos -momento de montaña rusa-. Luego volvemos, sin hacer cola, como obedientes ovejas. Y nos quedamos callados, soñando con despertar alguno de estos días.
Matar al tiovivo, dejarlo tiomuerto.