Tengo una relación de drogodependencia con mi móvil y contigo. Y no sabéis lo que es llevar quince minutos cargándolo y que, aún así, no se encienda (o a lo mejor lo sabéis perfectamente). Joder, como si fuera un corazón cansado de tanto encenderse y apagarse "No soy una puta bombilla". Creo que a veces eso es lo que piensa. Pero aquí sigue el cabrón, negándome mi derecho a ver tu última hora de conexión, tu "en línea", tu "escribiendo...". Y yo me pregunto si me habrás escrito algo, si te habrás enfadado porque mi móvil no respondía al tuyo. A lo mejor los problemas no son entre tú y yo, son entre tu móvil y el mío. A lo mejor se odian y se quieren a muerte tanto como nosotros. Son manipuladores de palabras, magos de los reproches absurdos, detonantes de las discusiones sin freno... Y, sin embargo, no puedo vivir sin él, es como tenerle cariño a una bomba o como una de esas películas de miedo en las que sí te esperas el susto, pero te lo llevas igual. Es como tener en las manos una interrogación constante.