brújulas que han perdido su norte,
relojes a deshora.
Cuatro paredes
y un cuerpo en descomposición.
Setenta libros:
leídos y releídos veinte,
olvidados cincuenta.
Una ventana
que siempre es el cuadro
en el que se mira.
Quinientas canciones melancólicas.
Un armario lleno de ropa
que no sirve para ella.
La navaja bien guardada
en el cajón del tocador
y el espejo intocable,
desgastado de tanto usarse.
Un despertador
al que nadie hace caso.
Veinte trozos de un corazón
y ni una sola persona
con ganas de recogerlos.
Tres bolsas de patatas en la basura
y doce kilos de más,
por lo menos.
Diez golpes a la pared,
tres han dejado marca.
Dos clavículas
que se encogen por las noches.
Una espalda
con exceso de equipaje.
Veintitrés costillas fracturadas.
Ochenta y cinco cicatrices
y las uñas cortadas.
Yo, insomnio.
Tú, soñando.
Quiero decirle a Dámaso Alonso que ahora las estadísticas apuntan a los seis millones,
y que yo también me pudro con este enjambre de cadáveres.