Acabo de cerrar el macuto. He metido algo de ropa, el neceser, dinero, un cuaderno y un boli, junto a mi documentación y la nota que me escribiste.
También he echado un saco de dormir y una esterilla.
Lo lógico, si te vas a nosédónde sin planes ni alojamiento. Solo un billete de vuelo de ida.
Y lo cierto es que siento que todo el equipaje me sobra cuando te veo esperándome con tu sonrisa puesta en el aeropuerto de Barajas.
"Vayámonos pequeña, lejos de la vida de un mundo que gira sin ningún sentido", me dices.
Y nos vamos, rumbo adióscadenas, hacia el mayor viaje de nuestras vidas.
Llegamos a algún lugar de Australia después de un vuelo muy, muy largo. Tiramos los macutos en la arena y nos quitamos la ropa deprisa. Salgo corriendo, consciente de que acabo de dar el pistoletazo de salida a la competición por ver quién llega antes al agua. Sales por detrás, con los calzoncillos medio puestos, y entras al mar a la vez que yo, cayendo de bruces, porque la ropa interior se te ha bajado hasta los tobillos. Y yo me río, me río hasta que me coges de la cintura y callas mi risa bajo el agua. Hasta que el juego deja de ser juego cuando tus manos se encuentran con mi cuerpo y nuestros labios se buscan hasta devorarse. En este juego ninguno ha perdido nunca.
[...]
Cuando el semen pasa a formar parte del mar, su insignificancia en él me recuerda a la espuma. Pareciera que este haya sido siempre su lugar. Entonces, me coges de la mano y salimos fuera. Nos tumbamos cabeza con cabeza a mirar el cielo de nuestro sueño. No hay camas. No hay casa. No hay planes. No hay prisas. Ni vagones repletos del vaivén del estrés. Solo estamos nosotros desnudos, rebosantes de adrenalina y preguntas que no tenemos prisa en responder. No tenemos nada, pero nos tenemos todo. La vida nunca me ha sonreído tanto como ahora, cuando me doy cuenta de que, además de quererte, tú también me quieres.
Me duermo anclada a tu pecho, como siempre hago, con la certeza de que todo irá bien.
Despierto a tu lado, contigo abrazado a mi espalda, en una cama que me resulta muy familiar.
Estamos en Madrid. Y todo ha sido un bonito espejismo que mi subconsciente me ha regalado. Tú, por detrás, te aferras a mi cintura y aprietas mi culo contra tu hombría. Despiertas cada parte de mi cuerpo dormido y soñador con besos y roces. Te introduces en mí sin preguntas ni palabras y, con gemidos y jadeos, hablamos de lo mucho que nos queremos. Me haces ver el cielo. De nuevo, vuelvo a estar en Australia tendida sobre la arena, mirando a tu lado un cielo lleno de estrellas. Reboso de vida.
Te vas, esta vez, sobre las olas que pintan las arrugas de las sábanas.
Esto ha sido igual o mejor que mi sueño.