Lunes, 10 de la mañana. ¿Te puedo pedir ya prestado el viernes por la noche?
- Me cuesta mucho decir lo que siento, sin embargo, tú eres todo lo que quiero sentir desde el momento en que abramos la puerta, me agarres el culo y me lance a tu boca.
Pero, por supuesto, esto es un hilo de sus pensamientos mientras le mira hablar y se acercan a la puerta de su casa.
Que te hubiera desabrochado, perdón, arrancado, cada uno de los botones de tu camisa, eso es algo que mis uñas recuerdan. Y tu piel, también.
Y lo que aquella pared no logra superar es que ni tú me empotraste, ni yo te desnudé.
Que sí, que rencores son malos. Pero es que cada vez que me besas, me muerdes y te vas (o me voy) te apunto una venganza. Supongo que tú, a este paso, ya eres un supervillano.
Ni yo te prometo nada, ni tú a mi tampoco. Pero nuestros ojos no dejan de hacerse promesas.
Si me vas a hacer daño, que sea en el sexo. Si me vas a dejar marca, que sea tu huella táctil en el sitio exacto de mi pecho que protege el corazón.
Y, joder, que yo no sabía que los golpes de suerte podían dar tanto miedo.