sábado, 1 de diciembre de 2018

Cómplices


Abandono la escena del crimen y me limpio la boca de los restos de sangre que han dejado mis fantasmas en las comisuras de mis cuchillos.

Soy cómplice.

Entro en mi habitación y, de repente, como aturdida de tanta verdad, me doy cuenta de que la escena del crimen no es esa. De que la escena del crimen la llevo a cuestas todos los días, todo el tiempo, a todas partes. 

Soy cómplice.

Mire a donde mire, veo huesos que no recuerdo con la carne, podrida, ya despegada de ellos. Una gota espesa y pesada se escapa de mi pelo. Mis huellas están por todas partes. Ya no puedo esconderlas. Mire a donde mire todos los dedos me señalan. 

Todas las bocas me gritan: eres cómplice.

No puedo más. Salgo corriendo de este sitio. No quiero que me señalen. Quiero señalar. Fuera de las paredes de mi cárcel encuentro a muchos culpables más. Y la culpa compartida no pesa tanto. Se sostiene. Me sostengo.

Somos cómplices.

Señalo a ese tipo. Vota a VOX y lleva traje. No le conozco de nada. Pero seguro, seguro, que él porta una culpa mucho mayor. Respiro, aliviada, porque hay gente que hace de mi culpa una sombra.
 
Sois cómplices. Son cómplices.

Ahora ya, puedo volver a la escena. Sigue siendo del crimen, pero ya no veo la sangre ni escucho las voces ni siento los dedos acusándome. Ahora ya puedo volver. Ahora, que he escrito este texto, me he lavado las manos y la conciencia. Para eso sirven estas letras. 

Pero. Todos tenemos navajas entre los dientes.