Octubre. Caen muertas las hojas de los viejos árboles, el frío comienza a abrirse paso entre los escasos y desgastados años que su corta vida consume. La cabeza mantiene al corazón frío e indiferente, única arma ante el dolor que siente.
Noviembre. Huele a recuerdos de vida, nostalgia que desgarra y preguntas que vuelven. Poco a poco el viento llega, mientras su corazón queda vacío. Ya no hay frío ni calor, solo una herida que se reabre.
Diciembre. Lágrimas blancas que mueren al resbalar de su rostro. Comienza a entender que su carencia es irremplazable, cielos grises que cubren el resplandor de un relámpago. Ya no vive, solo finge. Se acostumbra a romper a llorar en silencio y a esperar el paso del tiempo.
Enero. Estar, sin estar. Luchar.
Y un relámpago cae con estridencia.
Despierta, despierta…