martes, 31 de diciembre de 2019

Le dice un chico de pueblo a su hermana de ciudad

 

Ext. Día. Porche de la casa del pueblo. 

Dos hermanos, un hombre y una mujer, conversan. De repente, el sonido de un pájaro les distrae. La mujer le pregunta a su hermano cuál es el ave que canta. 


       - Cagüen dios, ¿no conoces al rabilargo, Milagros?

       - Se me olvida.

Navidades en Canarias

 
Es 24 de diciembre. Y mientras esperamos a que nazca otro año más el hijo del señor tomamos el sol en el porche de la casa del pueblo. Huele a pinos y brasas. 

Dos años sin encontrar ningún níscalo.

Ya me he quitado el abrigo y hasta el jersey me sobra.

- Ya no va a hacer falta que nos vayamos a Canarias para pasar calor en navidades, dice mi madre.

- Algo bueno tenía que tener el cambio climático, le responde mi tío.

Dos años sin encontrar ningún níscalo.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Nostalgia

Escape into life - Erika Kuhn
 
Un monstruo te persigue.
En el retrovisor,
te parece mirarte 
en los ojos de un ángel.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Recomposición

Resultado de imagen de mariposas cgiff" 

No son luces, son mariposas brillantes 
que vienen del círculo negro, 
del hueco donde las cosas desaparecen.
Lola Nieto

La habitación lleva días abierta,
de su interior brotan 
olores de almizcle, podredumbre y miseria.
Nadie se atreve a mirar
y de los goznes de la puerta
asoman las raíces de las flores secas.
Así pasaron las noches
y del suelo manaba el zumo agrio
de una pantera corrompida
por selvas de cartón.

Jamás hubieran osado entonces
internarse en los delirios yermos
de aquellas tierras.

--------------------

Pero días después,
la habitación dejó de oler,
la casa se olvidó de la habitación
y de su interior 
ya no brotaban 
ni raíces
ni flores
ni charcos espesos
de color verde oscuro.

Días después las puertas cayeron,
un zumbido anunciaba el clamor
de algo nuevo.
En el suelo encontraron
el cadáver despierto
del dolor ya añejo.

Las letras de los poemas que había leído,
dicen,
habían emergido en mariposas
que colgaban de su vientre.

(Nunca nos han hablado
de cómo huele un cuerpo en recomposición).

Credo de asesinas


Me estoy abandonando.
Me acuesto a las 4.
Me levanto a las 12.
Como si saliera de fiesta 
en mi propio cuarto.
Ni escribo ni leo ni sueño.

Juego.

En serio, juego.

Me paso la noche 
saltando de tejado en tejado,
tengo una daga oculta,
asesino y mato.

Me paso la noche
salvando al pueblo
de sus crueles guardias,
mientras mis heridas 
siguen sangrando.

Por las mañanas 
pareciera que nada importara
y dejo pasar las horas
—por una vez 
no me preocupa 
llegar a tiempo—.

Me estoy abandonando
y las heridas supuran nervios.
Por la boca se me escapan
las puntas de la conciencia.
No produzco 
y no me importa.
Jamás fui tan antisistema.

Por las noches
atravieso el desierto
y realizo saltos de ángel.
Mi miedo a las alturas
se está multiplicando.

Por las mañanas
alargo las horas,
estiro las horas,
moldeo las horas,
hasta que el tiempo del yugo 
llega.

No produzco
y no me importa.
Jamás fui tan antisistema.

Me estoy abandonando
y, por una vez,
las serpientes que me persiguen
no se enrocan a mi cuello.

Me estoy abandonando
y, por una vez,
los reptiles me han sepultado.
Bajo decenas de ellos
dejo caer mis brazos.

Por una vez, estoy sanando.

viernes, 15 de noviembre de 2019

En paz con Orión

Hoy no me he levantado en guerra con Orión, Gata.
Que si tu escribías desde la rabia
mis fluidos lloran letras
cuando el vacío
cuando el ciclo.

Y la rabia se me escapa, impertinente,
en coces furiosas
contra toda mi estirpe.

A u t o s a b o t a j e

Aquí dentro:
periodismo y hastío
o poesía y barbarie
(un camino
que lleva indomable al otro).

C í c l i c o

Hoy no me he levantado en guerra con Orión
como Antares,
Ana.

Me he levantado bajo su yugo.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Los sueños son veletas

Obra de Salvador Dalí

La casa.
Con piscina no.
Con un pequeño cuarto
que haga las veces de gimnasio.

El edredón,
las láminas
y, al menos,
una chimenea eléctrica
que disimule la ausencia
de una de piedra.

El coche tampoco,
pero sí una furgoneta, 
que haga las veces de caparazón.

    [Un pequeño ser humano 
    comienza a asomar sus manitas
    desde algún rincón del deseo]

Mientras tanto: 
la rutina.
Por las mañanas,
la prisa del que está sentenciado.
Por las tardes,
el abandono de las obligaciones,
la culpa de la costumbre.
    Tú y yo transitando
    el uno
    al lado del otro.

Quizás,
algún miércoles de cine.
Quizás,
algún polvo mágico,
acordarnos del braille.
Recuperarnos del hastío
los sábados y las vacaciones.

Los domingos volverán a caer
a la espera de los sueños
que en días como hoy
quedan flotando en el aire.

Me sentaré a mirarlos
desde la ventana de una ilusión
que jamás pensé
que llevara mi nombre.

O este será el cuento
que leeré
desde otra ventana,
                    en otra casa,
                            con otro hombre.

martes, 29 de octubre de 2019

En este instante que ya no existe

Hace fresco,
pero no el suficiente 
como para llamarlo frío.
Es el octubre 
que deja el rastro en la tierra 
de los pasos humanos.

El sol calienta,
pero el viento 
nos mueve el pelo
y las hojas de unos árboles
que ya deberían verse dorados.

Al subir las escaleras
un pajarito asoma a la altura de mis ojos.
Se posa en el suelo
y en la estación 
se prenden las sombras de las farolas.
Un hombre se envuelve de humo
al fondo del andén.

Todo reposa.

Todo fluye.

Cada persona suena a una música diferente.

Solo hacía falta una canción
y un silencio dónde pararse.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Marcas de olvido

De Erika Kuhn

Me asaltas desde mis sueños
hasta tomar la forma de un tentáculo de nostalgia.
Intentas arrastrarme a un pasado
que te prometo que no olvido,
pero tampoco recuerdo.

Apareces sin previo aviso,
discurres en silencio en una mente deprimida
por cosas que nada tienen que ver contigo.
¿De qué mundo vienes?

Resignada al destierro impuesto desde tus miedos
reniego de esta cuerda
que deja marcas de nostalgia en mi cuello
—que se ahogue mi inconsciencia sola,
que yo amo y vivo—.

Y en contra de toda voluntad:
echarte de menos. 

sábado, 31 de agosto de 2019

sábado, 24 de agosto de 2019

He decidido teñirme el pelo negro



Sigo preso, pero ahora el viento corre alrededor.
Extremoduro.

Despertar de camino a la cima,
desayunar frente al mar,
coger la tabla
y remar a favor de una rutina
que de verdad elijo yo.

Que el sol se ponga a las tres de la madrugada
y la luna salga a la una de la tarde,
que la noche sea oscura
y el cielo se tiña de colores
—y todos nos creamos 
que había un psicotrópico en la cerveza—.

Que los bares madrileños
sean refugio y alegría
y recitar se convierta en un hábito
que teja mi familia
—por fin habitante de mi propia ciudad—.

Que mi piel se cubra de arte
y no me importe si algún día 
la gravedad la ablande.
Mis orejas se llenen de pendientes,
y me de igual
lo que otros piensen
—en este punto casi estoy—.

Que todo lo que tengo
me haga libre de todo lo que quiero
y el dinero sea mero adorno
cuando me mire a un espejo
en el que me sonría y piense: 
"seguimos siendo esclavos,
pero ahora un poco menos".

Que todo lo demás desaparezca
si consigo llegar a este último anhelo
de imposibles quebrados
en pedazos de deseo.

Quinientas vidas albergo a vivir,
entre hojas de libros que miro sin ganas
y excursiones a la montaña
colmadas de bocatas
que saben mejor 
que una cena gourmet cinco estrellas.

Quinientos versos,
cada uno testigo de un momento, 
de una vida.
El baño de seis mujeres 
—viejo encuentro de un amor casi extinto—
en una noche estrellada:
la magia es así de simple.

Quinientas historias que contarme
cada noche antes de irme a dormir:
la de la hippie road-trip
que nunca volvió a casa;
la de la periodista
que contaba pequeñas hazañas
de pequeñas gentes
y se acostaba cada noche
con quinientas historias que contarse.

Quinientas vidas albergo a vivir,
nostálgica cada día
de lo que fui y quizás nunca sea.
Sin pasar por quieto
este instante en el que soy,
ese día en el que seré.

Quedarse en este segundo.
Comprender
la vida
como un entramado de historias
—amargas y buenas, tristes y alegres,
sórdidas y cursis, llena y a medias—
y, al fin... vivir.  

 

jueves, 8 de agosto de 2019

Descenso a mis infiernos

Yes, sir



La mayoría de las veces que estamos creativos, 
no creamos.
Me subyugo al ritmo de una rutina 
impuesta desde mi propia dictadura.

Soy mi propio detonante.

O no.
O solo soy la soldado que cumple las órdenes
dictadas por un verdadero mandatario 
-seguramente en masculino-.

Solo cumplo órdenes.

Camino en la dirección 
que se me asignó como correcta.
Me resisto a las ganas 
que a diario me invaden 
de dar marcha atrás 
y coger la senda, dicen, maldita.

[Malditos estamos todos].

¿Qué es vivir sin cadenas?
¿Qué es vivir libre?


[Dios aprieta,
pero nunca asfixia].


De vez en cuando, 
levito en paz
y la mayoría del tiempo sonrío
porque no estoy mal.

El vuelo no me daría, 
supongo, 
demasiada alegría.
Las alturas dan miedo.
La libertad da pavor
-¿qué hacer con ella?-.

[Es tan fácil seguir las líneas trazadas].

Las dudas se congelan 
en el transcurrir de una vida
supuestamente elegida
-el mito de la libre elección-.

Doy gracias por lo que tengo,
pero ahora vislumbro más sendas
y me dejo transitar 
entre ideas que son cometas 
desligadas de su cordel
y un cuerpo enredado 
entre las promesas de cadenas
de una vida que aprieta, 
pero nunca asfixia.

Y la libertad, 
¿la libertad no ahoga?

viernes, 2 de agosto de 2019

Transitar




Ahora no estoy.
Albergo en fotogramas,
sueño en gráficos,
me absorbo en pantallas
o en las letras de un móvil.

Ahora no estoy,
pero estoy ahí.
Figuro en este mundo.
Ocupo espacio. Soy.
Soy, pero no estoy.
Estoy ahí.

Soy transición.
Soy todo lo contrario al olvido,
lo más similar al limbo.
Soy el deseo de donde no quiero estar.
No quiero estar aquí.

Y, sin embargo, después vuelvo.
Levito entre aquello y esto.
Quiero estar aquí.
Quiero ver los árboles,
quiero pisar el césped descalza,
quiero caminar hasta ver como el sol se esconde.
Quiero ser.

Levito. Transito.
Descanso en las letras de canciones extrañas:
mis pies se posan en la superficie de una luna.
Una luna.

Ahora no estoy. 
Entrecierro los ojos entre el pasado y el deseo.
Soy vísceras ilusorias.
¿Qué soy?

-------------------------------

Todo se ve diferente desde este lugar.
¿Qué somos?
Qué inercia esta.
Qué sueño este.

Y una certeza: 
solo somos a medias 
-si tenemos suerte-.

sábado, 27 de abril de 2019

Conjunciones en blanco y negro


Tu olvido no será más que un olvido.

¿Qué sentías al ver
las películas bélicas?

Jamás llegué a preguntártelo.

¿Llegaste a ser la mano
que apretó el gatillo?

Disparo errado

que cayó en silencio.

Preguntas sin respuestas
y respuestas sin preguntas.

Siempre fuiste para mí 
una llave echada,
un pozo tapiado, 
un interrogante 
con resquicios de sentencia.

Y yo,
entrevistadora inexperta,
niña de ojos vendados,
cabeza de nube,
apenas una mujer 
de alas yermas.

No lo ponías fácil.
Conocerte era
estrellarse contra una cebolla
de capa dura
y corazón salado.
Penetrar en tu memoria
era escarbar en superficie
a salvo de lágrimas
y a riesgo de incógnitas.

Pero si hoy siento que no te conozco
no fue solo por ti, Abuelo.
Fueron mis maneras de mirarte,
mis manías de correr al ritmo de Madrid,
mis ausencias al estar a tu lado.
 
Y, sin embargo, sé
que el día en el que nací
una conjunción se gestó
entre tu memoria y mi presente.

Tus palabras en blanco y negro,
tinta costrosa
que encierra las respuestas.
Mis hallazgos a color,
letras en el Microsoft Word
que buscan las preguntas.

Y en el camino, la certeza:
enlaces tono sepia
y el amor,
la réplica.

miércoles, 24 de abril de 2019

Dormir es de vagos


Son las 12 de la noche. Es pronto. Mañana me levantaré a las 7:30, si quiero llegar a tiempo. Tengo sueño. Tengo sueño, pero es pronto. No puedo irme ya. Porque cuando duermo no produzco.

Cuando duermo no produzco.
Cuando duermo no produzco.
Cuando duermo no produzco.
Cuando duermo no produzco.
Cuando duermo no produzco.
Cuando duermo no produzco.

Así que me quedo. Leo. Veo una película. Hago un trabajo. Tengo que ser productiva. Me acuesto cuando quedan siete horas exactas. Siete horas son las mínimas para descansar, dicen.  Ocho o siete. Pero cuando duermo no produzco, así que serán siete. Aunque nunca son siete, porque una nunca se duerme según se acuesta. Al menos yo. Cuanto menos duerma más produciré.

Hoy me he dormido a la 1:30. Cuando suena el despertador, lo apago. Tres veces. Y me levanto tarde y llego tarde. La mañana transcurre normal. Tengo clase. Cuando vuelvo, como y me pongo manos a la obra. Tengo que ser productiva, pero tengo sueño. Se me cierran los ojos y yo me resisto. Pasa la tarde en un limbo entre el sueño y el intento de cumplir con las tareas del día, pero no me duermo. Porque cuando duermo no produzco. 

martes, 23 de abril de 2019

Musgo en suelo quemado


¿Qué fue verdad, amor?

Nos prometimos volver a intentarlo
y, sin embargo,
escondiste las posibilidades
entre tus miedos.

¿Te quiero? Te quise.

Tanto
que debería de haberme roto
en alguno de aquellos abrazos
—quizás lo hiciera—,
pero la tinta de mi piel se desdibuja
en un trazo que es estela
—¿y si yo nunca pasé por tu lado?—.

¿Te quiero? Te quise.

Tanto
que las habitaciones de este cuerpo
se cubrieron de tiempo y musgo,
aquel que trajeron tus ausencias
—no todo podía ser negro—.

¿Me ayudas a ensuciar este polvo
que se adhiere a lugares que no encuentro?

Saquemos las cajas al balcón.

Abramos las ventanas.

En estas estancias ya no hay espacio
para más pedazos que los míos
reconstruyéndose a la par
que la vida que brotó
cuando dejaste entrar al sol
—soy verde, amor. He crecido—.

En las paredes, 
el polvo
no encuentra refugio;
en las habitaciones vacías,
la hierba 
entierra su manto macilento.

Bajo la sepultura
siempre queda el hueso,
pero ya hay flores
nutriéndose del recuerdo. 

miércoles, 20 de marzo de 2019

Caracolas


[Su cara me mira desde el espejo
    y, sin embargo, 
    no acierto a encontrar en ella 
    ninguna de las cosas que antes le hacían ser].

Los recuerdos se van fundiendo 
en una playa gigante, 
pero algunos se convierten en caracola
cuando la espuma del mar les toca. 

    Quizás allí varados para siempre. 
                                                        Inmutables.

Escuchar sus tripas
me devuelve ligeras visiones 
de un tiempo que no sé si fue mejor, 
pero que fue, 
indudablemente, 
ígneo. 

Las cenizas mudaron entonces 
en estos granos de arena 
que ahora se me escurren entre los dedos. 

Algunos castillos, 
de los que solo su sombra queda, 
se levantaron lejanos a la orilla, 
desnudos al viento. 

    T-o-d-o se destruye para dar paso.

En otra dimensión, 
mi primo y yo construimos murallas a orillas del mar.
Todo lo que levantamos, c
                                            a
                                            e
    [Si no quisiéramos que así fuera
    hubiéramos elegido otra guerra].

Una mujer camina entonces entre nosotros.
Lleva el pelo corto y la piel tintada. 
Se parece a la niña.
 
Y nos mira a los ojos 
mientras aplasta
uno de nuestros castillos. 
    [¿Qué será de mí sin esa fortaleza?].

Pero en la planta de mi pie
ha nacido un poema.

jueves, 14 de marzo de 2019

Las dudas congeladas



A veces pienso en ti,
en vosotros.
Como pequeñas explosiones
que alguien tuvo la indecencia de impedir.
Como incendios que murieron
antes de lamer la boca de su mechero.
Como latidos en la entrepierna 
que quedaron silenciados 
cual gemido sordo
en las habitaciones de la casa de papá. 

Pienso en vosotros,
como prolongaciones de una duda
que no ha sido pronunciada.
Y, a veces, sospecho
que entre mis piernas
no hay pirata que encalle eterno
su pata de palo.

A veces pienso en ti.
No ocurre a menudo, 
ni tampoco ocurre con demasiada alegoría
-no al menos como antes-.
Pero cuando lo hace
me pregunto:
¿A qué sabría tu boca
después de soñar tantas veces 
con morder la mía? 
Fundirlas en un juego de luces y sombras.
Quizás serías el capullo
por el que mi corazón se hubiera roto.

Otras, pienso en ti.
Esto ocurre con algo más de frecuencia
y me sorprendo inventando 
las muchas formas en las que reencontrarnos 
en un beso que sabe a humo y a Praga
-nunca he besado a un hombre cigarro-.

Nuestra historia hubiera sido un drama.
Tú te hubieras quedado en Barcelona
-tal como ahora-,
habrías dirigido un corto
en el que yo sería la mala.

Yo, seguiría en Madrid.
Nada sería demasiado diferente.
Tú -en vez de otro- 
me hubieras servido de tinta 
de la que empapar mis poemas.
Ya ves, de qué hubiera valido
si, de todas formas
-de vez en cuando-,
os escribo.

A veces pienso en vosotros.
No ocurre a menudo.
Pero cuando lo hace
de la monogamia me río
por no llorar por las tumbas
de lo que pudo haber sido.

martes, 5 de marzo de 2019

Nava



Que los campos castellanos arden fácil en verano.
La MODA

A esta tierra siempre vuelven mis pasos,
se anclan mis raíces a sus pinos. 

Nunca la he visto. 
Porque a veces -ya se sabe- 
solo vemos lo nuevo. 

Aún no la he visto
y, sin embargo, a veces la veo.

El pinar amanece entre escarcha,
telarañas erguidas entre sus ramas.

El pinar amanece sombrío.
Mientras sus vecinos florecen,
él continúa inmaculado.

El pinar amanece soleado. 
Henchido de vanidad, 
el verde de sus copas se ha derramado, 
pero el color de su velo
no llega a cubrir el suelo. 

El pinar amanece empapado. 
El agua se escurre por la tierra 
hasta llegar a las fosas nasales.
Convierte en lluvia lo inhalado. 
Y debajo de la dermis marrón 
se esconde el color
de otro amanecer anaranjado.
Dos. Tres. Quizás todo un corro de ellos. 
La infancia huele a níscalos mojados.

La noche, antecesora de todos ellos, 
casi siempre se presenta negra. 
Aquí todavía no llegan las luces. 
Y tampoco importa.

Mi pueblo se muestra
-imposible decir se esconde- 
en esta tierra yerma. 

Soy extraña de mi propia raíz, 
pero el pinar extingue esta hoguera. 
En mi seno forja casas de madera, 
donde mudarse a descansar 
cuando la ciudad me hiera.

A esta tierra siempre vuelven mis pasos.
A veces, pareciera que no la viera
y, sin embargo, la quiero.

domingo, 24 de febrero de 2019

Apátrida



Fuera de lugar.
Por eso, 
nada encaja.
Por eso, 
unas veces, 
todo duele.
Por eso, 
otras, 
nada siento.

Madrid se corre del bullicio que esta noche
-y seguramente, todas las demás-
inunda sus calles. 
Las bocas de metro 
son abrazo, 
las avenidas, 
juego,
los semáforos, 
beso.
Los bares 
son refugio,
corazón madrileño.
Aunque a mí me escupen 
los que me interesan,
los que deseo. 

Siento que me abraza 
lo que menos quiero. 
Creo que me muero
cada vez que siento
que no conozco de dónde vengo
-no más que a otras
donde estuve de pasajera-.

Madrid, 
qué imposible llegar a tus entrañas,
qué lejanos tus versos,
qué veneno nuestro amor, 
tan ajeno.

Tus puertas 
están entreabiertas.
Tus ventanas, 
casi siempre cerradas,
como esta noche que nada alumbra. 
Como el portal 
que lleva a la relación hija y padre,
los umbrales de las puertas
que dan a la amiga más antigua,
lejos de entrar,
te ahogas en el resquicio que queda
entre su interior y lo de fuera. 

[Al menos 
ahora conozco 
la causa de esta herida].

Fuera de lugar.
Todo el tiempo.
A todas horas.
Despojada de cosas 
que nunca he tenido,
porque no me han sido arrebatadas.
Como una mujer caminando
entre la indiferencia 
de un mundo que anhela.
La letra descarriada 
de un verso perfecto.

Así me siento.

martes, 22 de enero de 2019

El descampado de las Bermudas

Quiero llorar. Quiero ser como una de esas mujeres a las que las lágrimas se le caen a chorretones mientras comen helado. Vamos, que quiero ser como era yo hace unos años. Solo un día, un rato, un par de horas. Quiero soltarlo todo. Pero ya no me acuerdo. Hace tiempo que se me olvidó. Por entonces un río de lava surcaba mis mejillas hasta que las cuencas de su origen se volvían rojas y el sueño se abalanzaba sobre ellas como un milagro. Al día siguiente mi cara no era más que el rastro de un incendio. 

Pero dónde quedan ahora todos esos sentimientos -centros del seísmo-. ¿Acaso los hay?

La habitación -tiene que ser aquella habitación- un día se quedó vacía. El mismo  motivo por el que mis lágrimas ya no han vuelto se llevó los muebles, arrancó la pintura de las paredes, demolió los cimientos... Aquella habitación vacía, en carne viva tanto tiempo, terminó reducida a las ruinas de un descampado. Hace tiempo que no paso por allí. Tanto, que he olvidado dónde estaba. Tercera costilla empezando por la derecha, justo en su inserción posterior con el esternón. No, ahí ya no está. Ventrículo izquierdo... No, no... Ahí tampoco. Hace tiempo que no veo aquel descampado.

Tú me pides más, pero yo ya no puedo darlo. Te he dejado pasar a todas mis estancias, todas las puertas te han sido abiertas. Pero tienes hambre, animal insaciable. Ya sé que tú incluso me dejas dormir en los centros contigo. Pero yo no puedo darte el descampado porque no lo he visto. Hace años que no lo veo. 

Y lamento que esto siga sin ser suficiente. 

viernes, 4 de enero de 2019

Normatividad


Mi barriga. Mi barriga no es plana. Es redonda. Un poquito. Yo sé que no estoy gorda. De verdad que lo sé. Hay muchos chicos que incluso han dicho que estoy buena. Y a mi novio le vuelvo loco. Lo sé porque no para de decírmelo y, bueno, por cómo se pone cada vez que me ve desnuda o cuando hacemos la cucharita. Ya me entendéis. No hace falta que lo explique. A mi exnovio, buah, a mi exnovio le encantaba mi culo. Se quedaba mudo cuando me veía en bragas. Y cuando estaba en TAFAD -un módulo superior de actividad física- me sentía la reina de Saba. Éramos tres chicas en una clase de unos 30 alumnos. Imaginad.

Una vez todos coreaban para que me quitara la camiseta. Si lo hacía me llevaría más puntos en un juego. Unas 20 personas gritaban porque querían que me quitara la camiseta. Y ¿sabéis que hice? Me la quité. No fue porque me apeteciera. No fue por diversión. No fue, desde luego, por ganar el juego. Me la quité porque 20 hombres me estaban prestando toda su atención. Me la quité porque me gustó que les gustara. Me la quité porque ellos me lo pidieron, nunca porque yo quisiera. 

No estoy gorda. Yo lo sé. No tengo derecho a sentirme mal por ello. Ni tampoco por ser demasiado delgada, porque no lo soy. De hecho creo que tengo la gran suerte, el enorme privilegio de ser normativa. Normatividad. Con esa palabra me describió un amigo una vez. Mis amigas estaban diciéndome que vaya cuerpo tenía. Y él respondió: "Normatividad". Como si pertenecer a esa clase de cuerpo también fuera algo despreciable. 

Sé que no estoy gorda, pero lo que me preocupa es que me asusta engordar. Me da pavor. Siento verdadero terror a que mi cuerpo cambie. Porque, aunque muchas veces no me guste, a fin de cuentas, es normativo. Encaja. Joder, ¡aún me cabe la ropa del Bershka! 

Pero, cuando me veo desnuda enfrente del espejo, no puedo dejar de ver los defectos. No podemos dejar de verlos. O quizás pudiera darle la vuelta a todo esto. Decir que cuando me miro al espejo no puedo dejar de ver los defectos que han cargado sobre mi cuerpo. Sobre los cuerpos de las mujeres. Sobre las mentes de las mujeres. Vemos sus defectos y los hacemos nuestros.

Y, al final, después de tanto feminismo y palabra reivindicativa, sigo teniendo miedo a engordar, a envejecer, a tener estrías, a dejarme pelos en las piernas, a que se me caigan las tetas, a que un tío más pesado que la gorda que temo ser deje de tirarme fichas en la discoteca... Tengo miedo a no gustar. Auténtico pavor a no encajar.

La violencia, señores, la violencia no solo viene de las violaciones, ni de los golpes, ni siquiera de los insultos. La violencia, señoros, viene desde que nosotras dejamos de ver nuestro cuerpo como un medio y lo convertirnos en meta. La violencia viene desde que no nos sentimos bien en el cascarón en el que crecemos, como si el cuerpo fuera un enemigo con el que convivir y, a veces, maltratar. 

No estoy gorda. Yo lo sé. Y ojalá, algún día, me de igual estarlo.